Virginia López. Richard Hawkins en Sevilla. Cuando pensamos en la piratería inglesa siempre focalizamos la atención y el recuerdo en el famoso Sir Francis Drake, enfatizando que, pese a sus malas artes en los mares contra los barcos españoles, fue elevado al rango de caballero por la Reina Isabel I de Inglaterra.
En esta ocasión nos detendremos en el pirata Richard Hawkins, cuyos huesos dieron a parar en la cárcel, en la Sevilla del año 1597. Su liberación le permitió volver a Inglaterra, donde, cómo no, fue nombrado caballero.
Pero nos adelantamos en demasía. No son muchos los datos biográficos de los que disponemos, pero suficientes para esbozar un breve perfil biográfico y contextualizar su encarcelamiento. Se estima que nació en el año 1562. Proveniente de una familia de marineros, donde su tío y su padre eran corsarios tan conocidos en la flota española que les castellanizaron el apellido por Achines/Aquines.
En sus andanzas, fue el primer marino inglés que pisó las Islas Galápagos – descubiertas por el Obispo dominico Fray Tomás de Berlanga, cuando se dirigía a tomar posesión del Obispado de Panamá, en 1535-.
Participó – con rencos resultados – en varias expediciones de Drake. Comandó un barco de la reina contra la Armada Invencible y en 1590 fondeaba junto a su padre las costas lusas con la clara intención de boicotear las posesiones españolas de ultramar. Si bien, él anotaría en sus escritos que el único motivo de la expedición era realizar descubrimientos geográficos. En ocasiones las mentiras son tan asumidas por uno que realmente acaba persuadido a sí mismo.
En sus escritos, de cierto caletre, también dejó una exaltada admiración por los cítricos y su efectividad para tratar el escorbuto:
“Este es un maravilloso secreto del poder y la sabiduría de Dios, que ha escondido en este fruto una virtud tan grande y desconocida, para ser un cierto remedio para esta enfermedad.”
En la desembocadura del ecuatoriano río Esmeralda fue apresado por dos barcos españoles, tras una enconada defensa donde murieron veintisiete de sus hombres y él resultó herido. Su barco, el Dainty (Delicado) se rindió el 1 de julio del año 1594.
Pese a la promesa de un salvoconducto, por causas ajenas al comandante español, Beltrán de Castro y de la Cueva, no se pudo satisfacer y en 1597 fue enviado a España. Estuvo encarcelado en Sevilla y Madrid.
Como bien aprecia el historiador Álvaro Van den Brule, esta escaramuza sería inmortalizada por Lope de Vega en su obra La Dragontea (1598), con estos explícitos versos cerrados:
Este deja tullido, aquel contrecho;
allí no mata al otro a la venida,
y mátale después de recudida.
Volviéndole a buscar de largo trecho;
aquí veréis al uno abierto el pecho,
al otro la cabeza dividida;
allá tendido un cuerpo, ya sin brazos,
acá deshecho el otro en mil pedazos.
Richard Hawkins en Sevilla
La captura de Hawkins trajo más literatura. Pedro de Oña, escritor criollo considerado el primer poeta chileno y cronista al servicio del virrey, la relata en su obra Arauco domado (1596). Aparte estuvieron testimonios oficiales como la crónica del Correo Mayor del Perú Pedro Balaguer de Salcedo o el informe pormenorizado del combate por el propio captor, García Hurtado de Mendoza y Manrique, Virrey del Perú. Casado con Teresa de Castro, era, por tanto, cuñado de Beltrán de Castro. Y fue descubridor de las Islas Marquesas, llamadas así en su honor al ser Marqués de Cañete. Como curiosidad, la actual titular es la propietaria del Palacio Bucarelli de la calle Santa Clara.
El pirata Richard Hawkins fue nombrado caballero en 1603, congresista al año siguiente y Vice Almirante en 1621. Ya no volvió a surcar mares americanos, contentándose con comandar flotas enviadas al Mediterráneo para someter a los piratas argelinos. Además de dedicarse, con fruición, a la poesía, muriendo en Londres en el año 1622.
No debe confundirse con el homónimo editor de las obras de Shakespeare. Tampoco con el episodio de La Oreja de Jenkins de la Guerra del Asiento. Esta fué aquella donde la Royal Navy no logró su empeño de controlar el Atlántico hispano.
Nuestro protagonista estuvo en la Cárcel Real, situada en el extremo sur de la calle Sierpes, de la que no queda nada, siquiera el patio de la actual sucursal bancaria. La remodelación efectuada en los 70 se lo llevó todo por delante y lo que vemos es mera imitación.
La Cárcel Real de Sevilla empezó a funcionar como tal desde la Conquista de Sevilla (1248). En el siglo XV fue reconstruida por la dama benefactora Doña Guiomar Manuel. Será el Asistente Francisco Hurtado de Mendoza y Fajardo– emparentado con el Virrey de Perú que apresó a Hawkins – quien encargue su restauración a Hernán Ruiz II. En 1835 se traslada al desamortizado Convento agustino del Pópulo, hoy Mercado del Arenal.
Para conocer la cárcel en sus características constructivas, remito al artículo de Teodoro Falcón en la revista Laboratorio de Arte. Y recomiendo la lectura del excelente libro publicado por Renacimiento La mala vida en la Sevilla de 1600, del jesuita Padre Pedro de León, capellán y confesor en la misma.
La Cárcel Real de Sevilla, llamada así para diferenciarla de otras prisiones como la de la Santa Hermandad, la de la Inquisición o la de la Audiencia –situada justo al lado, de ahí la calle Entrecárceles– es conocida por sus ilustres huéspedes. Cervantes, Mateo Alemán, Alonso Cano, Martínez Montañés, fueron encarcelados en ella por deudas. Aunque no podemos pasar por alto que Alonso Cano fue acusado de mandar matar a su mujer, aunque eso ocurrió en Madrid.
Como curiosidad Hernán Ruiz II salvó de la cárcel a Bartolomé Morel y fue su hijo Hernán Ruiz III quién sufrió cárcel, pero en Córdoba.
Richard Hawkins Sevilla