Adriana Ciccaglione. «Aquí tengo mi jubilación ya, esto es lo que me da vida. Le dedico dos o tres horas. Siempre me he dedicado a la enseñanza y esto me gustó porque es una nueva forma de educar. Tengo mis pepinos con las flores, para que polinicen y que vengan insectos, así es más beneficioso. Y sí, le hablamos a las matas», dice Antonio, mientras que su esposa se incorpora a la conversación y añade, «nosotros llevamos más de 25 años en el huerto, nos hemos unido con otro amigo, se trabaja mucho. Hay que echarle tres o cuatro días».
Son dos, tres, cinco. Realmente son más de 180 testimonios, de hortelanos como se definen por vocación y convicción a la vida y a la naturaleza.
Ellos, son ciudadanos como tú y como yo. Vecinos, que decidieron crear en 1991 la Asociación Hortelanos Las Moreras, huertos urbanos que se encuentran dentro del Parque de Miraflores y que se ha convertido en ejemplo y referencia, tanto dentro de España, como en otras latitudes.
Juan García, quien también se define como hortelano, tiene sus manos con callos. La tierra entre sus dedos denota que la faena ha sido dura, pero satisfactoria al ver su sonrisa. Está en sillas de ruedas, pero tiene una siembra de tomates, que la ha colocado más alta para poderle dedicar el tiempo y el cuidado que necesita.
«Aquí somos los vecinos del barrio, hay variedad de cosas, pero en porciones pequeñas. No son huertos sociales, son de vecinos. Se ha ido modernizando, el riego es por goteo, para no desperdiciar el agua. El huerto es un oasis natural dentro de la ciudad, es un ecosistema bello con patos, aves y diversas especies. Ya hasta le ponemos nombres a los patos que van naciendo», dice mientras sonríe y le pregunta a Pepe, si ya hay otro patico en la familia.
Pero la historia del Huerto Las Moreras, se remonta a una tradición histórica en la que se asentaban dos huertas desde época romana, la de la Albarrana y la de Miraflores.
Sólo que con el paso de los años, en donde nacían flores y hortalizas, se había convertido en un vertido incontrolado de escombros.
María José Jiménez, coordinadora de la Asociación Hortelanos Las Moreras, explica esos inicios: «El huerto tiene aproximadamente 28 años. Esto en su tiempo era una escombrera en la mitad del parque Miraflores. Se unieron los vecinos e hicieron la propuesta de convertirlo en huertos urbanos. Para ello, se pusieron manos a la obra, parcelaron, fueron construyendo, sembrando, todas las labores que se realizan en la tierra».
«Los huertos que en principio se daban eran de 150 metros cuadrados. Actualmente se dan de 75 metros cuadrados, porque hay mucha demanda y porque este espacio es más que suficiente para producir. Para acceder a un huerto, se necesita estar empadronado en la ciudad de Sevilla y constatar que la persona no tiene otro huerto. Todos los procedimientos son ecológicos y el consumo es para la familia, aquí no se vende nada», comenta.
En la actualidad hay un poco más de 180 huertos. Algunos dedicados a las hortalizas, otros a la jardinería.
Ninguno quiere definir la extensión de este huerto urbano, no se atreven, es un espacio que han hecho suyo y que se pierde ante la mirada inquieta de los visitantes. El Parque de Miraflores cuenta con 90 hectáreas de superficie. En ese espacio, un poco más de dos hectáreas nos sonríe como sólo la agricultura lo sabe hacer, desde la plenitud de su nacimiento con la tierra como soporte.
Integración. Si sabes o no sembrar, eso no es problema. De seguro que al llegar a este espacio enclavado en el corazón del Parque de Miraflores, encontrarás personas que te indiquen y digan cómo puedes conseguir que tu huerta sea productiva.
Desde la Asociación Hortelanos Las Moreras, se emprenden diversas actividades para promover la integración, además de la siembra. «Con los colegios de la zona, tenemos un intercambio enriquecedor. Los niños vienen y les enseñamos cuáles son los productos de la temporada, cómo se cosechan, qué tratamiento se les debe dar. También hacemos un concurso de dibujos al año», manifiesta Jiménez.
«Es un espacio que abre las puertas a la integración. Aquí tenemos personas de la Fundación Pública Andaluza para la Integración Social de Personas con Enfermedad Mental (Faisem); también hemos tenido del Instituto de Autismo en Sevilla, ahora cuentan con la asesoría de algunos hortelanos para crear ellos su propio huerto, ya que éste le quedaba muy lejos».
Indicó que en la actualidad, hay tres personas con movilidad reducida, y cada vez que se hacen los sorteos se guarda un huerto para alguien que tenga alguna discapacidad. «Eso sí, debe estar demostrara con documentación del Ministerio de Salud, que sea reconocido a nivel estatal».
También se realizan talleres de cocina. Los miércoles desde las 10.00 horas hay una profesional de esta área, que imparte cursos sobre comida vegana, para inscribirse es a través del Distrito y ellos son quienes colocan la cuota a pagar. Mientras que los sábados hay un Taller de Cocina Tradicional, lo imparte un chef, desde las 13.00 horas, con esta actividad, ya tienen dos años.
Entre una y otra actividad, las personas se mezclan. El huerto de los niños, habla por sí solo de la importancia del aprendizaje. Los más jóvenes vigilan en qué pueden echar una mano. Y los ‘jubilados’, como se hacen llamar las personas con más edad, aportan desde la experiencia y el conocimiento puesto en práctica.
«La diversidad en edad de los hortelanos es muy bonita. Queremos seguir manteniendo este espacio y tener apoyo sobre todo por el agua y por los robos, que ocurren y siempre nos dejan daños y destrozos».
«El huerto es un espacio de convivencia. El primer fruto que se recoge es el apoyo, la colaboración. Se echan una mano, entre unos y otros, se ayudan entre sí», dice Jiménez y a ese comentario se unen otras voces como la de Juan, que agrega, «vamos aprendiendo unos de otros».
Un poco de historia. Como Juan, muchos de los vecinos que son hortelanos, se conocen la historia de esa casa y de ese espacio, que es punto de referencia en agro-ecología.
«La Casa de las Moreras, cuenta con 400 años de antigüedad. Aquí había un cortijo con molinos, caballerizas, hortalizas. La casa del guarda, era un cortijo», dice Juan.
Mientras explica que el pozo que antes funcionaba porque los animales, ayudaban a esa parte del trabajo, ahora está para recordar que el tiempo pasa, pero las costumbres quedan, así como las plantaciones.
En medio de tanta historia, de huellas y caminares, de sudores y alegría, ellos los hortelanos prosiguen su labor artesanal y ecológica.
José mejor conocido como Pepe, abre su huerta y la muestra con orgullo. «Llevo desde noviembre del año pasado, me lo encontré lleno de calabazas. Lo agarré, lo limpié todo le metí la mulilla, la cerqué yo con 1.600 tornillos que lleva«, mientras explica eso va diciendo que tiene sembrado.
«Berenjena, pimiento, y puerro, también tomaticos. Cada chorro es una clase o especie diferente de tomate, estos son rosa, corazón de toro, óptima. Tengo lechugitas, aquí en este piquito he hecho una prueba de unas papas de punta para freír», acota emocionado
Se siembran plantas autóctonas y por supuesto, se hace a través de lo que la temporada indique. No hay que desafiar a las condiciones climáticas.
Al final, todos juntos sueltan lo mejor de la jornada. «Vamos a sonreír porque son 30 años como hortelanos», dicen los vecinos del Parque de Miraflores, mientras posan para la foto, pero sobre todo, anhelan que en la imagen aparezca el fruto de su trabajo: los huertos.
Representan exactamente eso, la faena que mañana a mañana y tarde a tarde, han depositado hombres y mujeres, en tierras fértiles que dan lo mejor a esas manas laboriosas.