Fermín Cabanillas. Primero, un poco de historia: la Fundación Carlos Espigares nace en 2011, y lleva el nombre de un profesor de equitación, persona humilde y generosa, que dedicó su vida al mundo del caballo.
La idea de crearla surge de la familia de Carlos y de su alumnado, como una manera de perpetuar los valores y la motivación que Espigares inculcaba en su enseñanza a niños y jóvenes, y llevarlos a los entornos más desfavorecidos, a niños con pocos recursos y/o con capacidades diferentes, conscientes de las necesidades sociales de muchos niños, y de que todo lo que no se da, se pierde.
La Fundación espigares se construye bajo los valores de compromiso, esfuerzo, constancia, deportividad, honestidad, participación, innovación, vocación didáctica, espíritu lúdico y amor por el caballo y el poni.
Hasta ahí, la historia, pero en el presente hay cosas más que llamativas de este colectivo, que cuenta con cuatro programas encaminados a esta labor, y con los que está creciendo.
Distintas capacidades. Entre ellos cuenta con un programa que permite que niños con distintas discapacidades, tanto físicas como psíquicas, puedan guiar coches de caballo en cuatro parques de la ciudad, guiándolos con la ayuda de personal especializado.
Da oficialidad a una idea que se inició hace dos años, y que se puede llevar a cabo mediante el trabajo de voluntarios en los parques sevillanos. Se inició en Maria Luisa, Tamarguillo, Miraflores y Vega de Triana, y ahora se disfruta en ocho en total.
El Director General de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Sevilla, Adolfo Fernández Palomares, fue el encargado de la inauguración oficial, en una iniciativa que cuenta con el trabajo añadido de la asociación cultural El Pinsapo, según ha explicado su presidente, Luis Manuel Guerra.
Los «enganches solidarios» utilizan las instalaciones y medios de la Escuela de Equitación Carlos Espigares para trabajar con los niños y los caballos, y Guerra sostiene que una de las cosas que más ilusión hace a los niños es que los carruajes cuentan con arneses para sujetar los carritos de los niños con problemas de movilidad, «y les hacen creer, mediante dobles riendas, una de ellas falsa, que conducen ellos», ha dicho.
La Fundación cuenta con monitores, psicólogas y un amplio equipo de trabajo, que transporta en dos vehículos a los ponys y carruajes, que llevan arneses especiales para sujetar las sillas de ruedas en las que algunos niños tienen que desplazarse.
Pero su labor no se queda ahí, ya que cuenta con un programa con el que acerca el poni a las «aulas específicas» de los colegios. El poni les ayuda a crecer y entablar una relación sana, divertida, y sobre todo, respetuosa. «Esta relación es tan especial que puede durar toda la vida. El contacto con ellos mejora su aprendizaje y comportamiento, y empiezan a preocuparse por cuidar a otro ser aumentando su autoestima», explican sus responsables.
Otra de sus citas indispensables es la «equinoterapia», con «jornadas semanales guiadas por profesionales. Tras la jornada escolar, se les traslada desde su barrio al centro donde comparten con el resto del alumnado el contacto con la naturaleza, el poni y el caballo, promoviendo así la integración social, igualdad de oportunidades y su rendimiento escolar».
Por último, mención a «Desarrollo mis habilidades», programa dirigido a jóvenes que abandonan el sistema educativo y que están en riesgo de exclusión social. «Queremos ofrecer la oportunidad de aprender y emprender un oficio por ellos mismos. Para ello contaremos con maestros en el cuero (guarnicioneros), la madera, vidrio, diseño, fotografía, escritura juvenil, sastres, etc. además de nociones de emprendimiento para que puedan no solo aprender un oficio, sino también ponerlo en marcha».
«De esta manera, les acompañamos a formarse un futuro profesional y personal, y a su vez conseguimos hacer perdurar unos oficios artesanales que forman parte de nuestra cultura y tradición».
Es tan fácil como querer ayudar, buscar los medios y ponerlos a disposición de los que lo necesitan, y en eso esta Fundación es todo un ejemplo.