M.C. Contreras. Desde el taller de joyería situado en el emblemático barrio arahalense del Altillo, salen piezas únicas que viajan para muchos puntos de España o de fuera del país.
Los hijos de Eduardo Calasanz, Eduardo y José, se han convertido en verdaderos expertos en la creación de joyas tal como se han realizado siempre, con buril, lima y segueta, a la par que manejan las técnicas más vanguardistas de este sector que vuelve a ser referencia en el mercado.
Lo último que ha llegado a la empresa Altillo Joyeros & Calasanz, con más de 30 años de experiencia, ha sido un reconocimiento nada menos que de los organizadores del mejor evento de sector, Madrid Joya, por su “constancia y trayectoria”.
Eduardo Calasanz empezó en realidad hace 42 años como comerciante de una tienda de ropa en el barrio de la Fuente de Arahal. Entonces, la sección de joyas en su establecimiento se limitada a una estantería con artículos de regalo. Poco a poco, empezaron a llegar los representantes o él mismo iba a Córdoba, cuna de la joyería en España para interesarse por este sector.
Horas de trabajo sobre la mesa de taller. Cuando se mudó al barrio del Altillo, el 11 de octubre de 1989 -aún lo recuerda-, este empresario al que le falta escasamente un año para jubilarse, ya montó una Joyería especializada. Hacerse con una clientela y abrirse paso en el mercado fue el primer objetivo, además de conocer un sector en el que ya estaba introducido de lleno. Pero como pasa en muchas familias de autónomos, el negocio se plantea como posibilidad de salida laboral para los descendientes, en este caso tres, dos hijos y una hija.
El mayor, Eduardo, empezó a estudiar todas las especializaciones del sector. Porque para ser joyero especializado hay que ser un buen “sacador de fuego”, un buen engastador y grabador, saber modelar en cera y, además, dibujar bien para que los bocetos recojan los deseos de la clientela. Es decir, un buen joyero es modelista, fundidor, engastador y orfebre. Y todo se logra con formación continúa y muchas horas de trabajo sobre la mesa de taller.
Eduardo fue, por tanto, el primero en empezar a trabajar en el taller, en 2002, después ya se incorporaría José y, posteriormente, su hija María. Los dos primeros están prácticamente dedicados a las composiciones de joyas, piezas únicas, porque en este trabajo artesano es imposible que salgan dos iguales. La más pequeña de la casa, la niña, fue la última en unirse para completar el equipo. Ella se encarga de la página web, venta online, algo indispensable hoy en día.
Los pedidos llegan de los lugares más insospechados (Argentina, México, Portugal, Inglaterra) y su fama de buenos joyeros se extiende por toda España, es el único taller de estas características de la comarca. Madrid y Barcelona se han convertido en dos ciudades a donde van a parar muchas de sus creaciones.
Y ya están patentando piezas propias, como la pulsera con una guitarra como principal elemento decorativo que han comprado cientos de aficionados al flamenco de todo el mundo. Y todas personalizadas, con aro de plata, piel, con nombre grabado, diferentes tipos de cierres, distintos dibujos en la superficie de la pieza. De manera, que el diseño se convierte en más exclusivo todavía.
Pero no es la única pieza en exclusiva, se atreven con todo lo que le propongan y hay piezas que han supuesto un auténtico reto. Es el caso de la corona que en 2013 estrenó la virgen de los Dolores de la Hermandad de la Misericordia. Este proyecto ha supuesto casi un año de trabajo, a ratos, que han compaginado con el día a día de la joyería, arreglos, diseños, creaciones nuevas.
“El engastado de las piedras preciosas que lleva esta corona ha sido muy complicado”, cuenta Eduardo Calasanz. Y en un intento de explicación describe que la colocación de cada piedra en la pieza central requiere un trabajo de precisión y concentración.
Igual hacen un trabajo de este tipo, que un encargo personalizado de anillos de compromiso, o el galardón de la Aceituna de Oro que el Ayuntamiento de Arahal entrega cada año en la Fiesta del Verdeo, en septiembre.
Los clientes pueden llegar con la idea más descabellada y la familia Calasanz la convierte en una obra de arte. Como aquella vez que querían regalar unos guantes de boxeo para un colgante y hubo que hacerlo en miniatura, sin que le faltase ni un solo detalle.
O también cuando diseñaron en una pieza una de los sayas de la virgen de los Dolores, de la misma hermandad citada. Fue el regalo para el autor de dicho manto, el vestidor y bordador, Francisco Rodríguez. La pieza vista de cerca incluía cada dibujo bordado y casi cada puntada.
Después de estos años de trabajo y de la perfección que han conseguido, aseguran que pueden hacer cualquier cosa, “cuanto más complicado, el resto es más grande”, dice Eduardo Calasanz (padre).