14 octubre 2024
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Tal día como hoy: Cómo se vivió la Revolución de 1854 en Sevilla

Vista aérea de Sevilla, litografiada por Alfred Guesdon a partir de una fotografía realizada por Charles Clifford desde un globo aerostático (año 1855).
Episodio de la revolución de 1854 en la Puerta del Sol, obra de Eugenio Lucas Velázquez.

Virginia López. La Revolución de 1854 es conocida como La Vicalvarada porque el
pronunciamiento militar se produjo en esa localidad madrileña, hoy barrio de la capital de España. Pero se vivió en Sevilla intensamente donde su protagonista, Leopoldo O’Donnell, entró triunfante, además de darse la circunstancia tangencial de que el presidente derrocado por éste, Luis Sartorius, era oriundo de nuestra ciudad.

Los cuerpos insurrectos del pronunciamiento militar liberal de 1854.

Un personaje poco conocido, que ejerció de periodista y político y recibió el ducado de San Luis. Su actual descendiente es hermano de Isabel Sartorius. No vamos a trazar una exposición completa sobre este acontecimiento histórico sino mostrar su vinculación con Sevilla, pero en unas líneas esbozaremos una breve síntesis contextual dentro del turbulento y largo reinado de Isabel II que ocupó un cuarto de siglo, desde que fue nombrada reina en el año 1843 con 13 años, adelantándose su mayoría de edad, hasta
que fue derrocada con la Revolución de 1868.

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Accede al trono tras la guerra carlista que es una guerra civil entre liberales –que apoyan a Isabel II- y absolutistas – que apoyan al hermano del Rey Fernando VII, mientras se suceden dos Regencias por la minoría de edad de Isabel II: la Regencia de María Cristina – su madre – y la Regencia del General Espartero.
La primera parte del reinado de Isabel II se conoce como la Década Moderada (1844-1854), le sucede el Bienio Progresista (1854-1856) y finaliza con los gobiernos de la Unión Liberal, partido fundado por O´Donnell (1856-1863). Los últimos 5 años del reinado son el preludio de su caída.

Fotografía del Ayuntamiento en 1854, de Alejandro Massari.

Los apelativos de moderado y progresista nos indican el carácter del gobierno pero teóricamente, con numerosos virajes que adquiere nuestra política de entonces. Por citar un ejemplo: Narvaéz toma la presidencia tras vencer la coalición de progresistas, demócratas y republicanos, pero ejerce una política represiva de cualquier manifestación subversiva – como la llamada Noche de San Daniel (10 de abril de 1865) que es la represión sangrienta contra los universitarios que apoyaban al rector, depuesto por no haber destituido a Castelar por sus artículos, donde denunciaba que la reina cada vez que vendía el Patrimonio Real se quedaba con un porcentaje – a la vez que introduce medidas reformistas.

O’Donnell y Espartero aclamados en Madrid.

La Revolución de 1854 se inicia con el pronunciamiento militar de O’Donnell en Vicálvaro, enfrentándose a las fuerzas gubernamentales, seguido de una insurrección popular. Dura entre el 28 de junio y el 28 de julio de 1854.
La continua injerencia de la corona en la vida parlamentaria con la anuencia del gobierno provoca que los moderados divididos entre sí, cierren filas y se acerquen a los progresistas.

No hay elementos republicanos ni ánimo de destronar a la reina sino que el espíritu revolucionario será un pronunciamiento militar liberal en aras de depurar la vida parlamentaria y que los gobiernos tengan más respaldo por parte de las Cortes que de la Corona. Así, el gobierno del presidente, el sevillano Sartorius, carecía de apoyo parlamentario y era sustentado únicamente por la corona. Además se le criticaba sus decisiones arbitrarias, anticonstitucionales y los favores a amigos.

La calle O’Donnell a principios del siglo XX. En la esquina se ve el emblemático Café París, de Aníbal González.

El 7 de julio un joven Cánovas de Castillo redacta el Manifiesto de Manzanares para que se conserve el trono “pero sin camarilla que lo deshonre”. El choque de Vicálvaro no es definitivo y O’Donnell marcha a La Mancha y Portugal buscando apoyo. Lo encontrará en Sevilla:
Poco después de la una de la tarde del 29 de junio, el Capitán General de Andalucía, Félix Alcalá-Galiano, publicaba el siguiente telégrafo: “El Excmo. Sr. Ministro de la Guerra me comunica que se han pronunciado en contra de S.M. la Reina, con parte del batallón del Príncipe y alguna fuerza de caballería, los generales Domingo Dulce y Leopoldo O’Donnell […]. Se están preparando fuerzas para salir en persecución de los insurrectos. Lo que se hace saber al público para su conocimiento.”

El 12 de julio publica el bando:
“Hago saber: Que hallándose en retirada los rebeldes en dirección a Andalucía, tal vez para probar fortuna en este hermoso suelo, o bien verse obligados a penetrar en él los movimientos de las numerosas y brillantes fuerzas que le persiguen, es llegado el caso de dictar todas las medidas convenientes para evitar a los pacíficos habitantes las alarmas que en tales circunstancias suelen promover los mal avenidos con el orden público, he
venido a mandar […].”

Prohíbe las reuniones en calles o edificios particulares, la difusión de noticias alarmantes, la lectura de proclamas y obligó al cierre de  establecimientos de bebidas a horas tempranas, entre otras medidas similares. Nos suena, ¿no?
Cabe apuntar que dentro del ordenamiento jurídico español el estado de alarma no se constitucionaliza hasta 1869 pero era habitual que se tomaran estas medidas, sobre todo sin un garante de derechos humanos y/o sociales. La postura de Alcalá-Galiano es fiel al gobierno. Una lealtad que podemos ver en su pariente homónimo, General de División e Inspector de Policía, que destacó al tratar de reducir a Tejero en el Golpe de Estado del
23-F.

Llegan noticias de que los insurrectos han llegado a Écija y el Capitán General ordena cerrar las puertas de Sevilla, excepto las de Carmona, Jerez, Macarena y Triana que solo lo harán a partir de la 9 de la noche. Y advierte:
“Que estaba dispuesto a luchar contra los enemigos tanto externos como internos si fuese preciso, no dudando, con dolor de su corazón, en reducir a cenizas la ciudad si ello fuese preciso, ahogando con el estruendo del cañón el terrible efecto que en su ánimo causaría la ingratitud de los hijos de Sevilla.”

Terribles palabras, terrible sentencia para Sevilla y terrible destino hubiera sufrido. Nos recuerda, 1900 años después, a las desgarradoras palabras de Julio César contra los habitantes de la Híspalis romana que apoyaron a Pompeyo en la guerra civil.
Pero no se hubiera quedado en mero discurso porque el Capitán General fortificó Sevilla: eligió como ciudadela la Fábrica de Tabacos donde colocó la artillería y él mismo se encerró en la misma rodeado de militares de alta graduación.

Entre los sevillanos ya se manifestaba clandestinamente el apoyo a los liberales insurrectos pero obedecieron las órdenes y no hicieron nada por miedo a represalias. De repente la situación dio un giro al llegar a Sevilla la noticia de la renuncia de Sartorius que se produjo el 17 de julio. En pocas horas se manifestó una gran efervescencia popular entre los sevillanos pues se habían cumplido sus anhelos internos de que triunfara el golpe.

El pueblo sevillano respondió a la Vicalvarada cuando al filo de las 10 de la mañana se oyeron por la calle Sierpes entusiastas vivas a la  Constitución de 1837. Constitución liberal frente a la moderada de 1845 y es la que restituyó el Bienio Progresista porque la que elaboró en 1856 no llegó a ser promulgada y por eso se conoce como “non nata”.
Destaca la figura de un teniente, sable en mano, dando vivas y pidiendo a la gente que se una a su causa. Los sevillanos se van sumando cada vez en mayor número y se dirigen entre jubilosas proclamas al Ayuntamiento. El alcalde estaba conferenciando con el Capitán General sobre los hechos acaecidos y un concejal prometió que éste se reuniría.

Y así fue, el alcalde José María Rincón, se reunió con un grupo de ciudadanos asegurándoles que la autoridad militar no había manifestado ideas hostiles contra los pronunciados en la ciudad. Sorprendentes declaraciones que no llegaron a calentar los ánimos. Cabe reseñar que el Bienio Progresista trajo un nuevo alcalde, Fernando Espinosa y Fernández de Córdoba cuya alcaldía coincide con los límites cronológicos de ese período: 1854-1856. Este alcalde era hijo del famoso Conde del Águila, cuya residencia con las famosas aves da nombre a la calle Águilas, antiguo decumano romano.

Los sevillanos se fueron arremolinando en la entonces Plaza de la Constitución – hoy Plaza de San Francisco – y algunos que permanecían en la Casa Consistorial, fueron a la Sala Capitular de donde sacaron las banderas de la Milicia Nacional – símbolo del partido progresista – y que exhibieron y pasearon arrancando miles de vivas entre el alborozo del pueblo sevillano.

Algunas personas notables de Sevilla también se dirigieron al Ayuntamiento y entre ellos, algunos ediles y gran parte de los sevillanos, se formó desde ese mismo momento una junta provisional de gobierno presidida por el Marqués de la Motilla.
Dos comisiones de la junta asumen importantes misiones: una, se entrevista con el Capitán General manifestándole que la autoridad militar queda subordinada a la junta y se le destituye por un general; la otra, se dirige al encuentro de la avanzadilla de las tropas de O’Donnell. Hay que avisarle pronto de que Sevilla es partidaria y que acelere su entrada dado que no encontrará resistencia.

En la mañana del 22 de julio de 1854 en el antiguo Campo de los Mártires y junto al Convento de los Capuchinos, el pueblo sevillano recibió la entrada triunfante de Leopoldo O’Donnell. Todas las clases se congregaron allí. Desde primeras horas los carruajes y los caballos de las nuevas autoridades y de las altas instancias ocupaban puestos de recibimiento, muchos jóvenes con palmas en las manos deseando ver a los héroes de Vicálvaro. Obreros de la incipiente industrialización sevillana,  braceros, artesanos, personas de servicio. Un espectáculo vibrante, alegre, pacífico y muy emotivo. Todos unidos en un sentimiento patriótico y de arrebatador tributo a la que consideraban columna salvadora.

Cuentan las crónicas, no hay imagen al respecto, que el General O’Donnell llegó montado sobre un brioso corcel blanco luciendo las mejores galas en su impoluto uniforme, seguido por los regimientos. Pañuelos tendidos y sombreros agitados al aire. Vítores, palmas, proclamas de alegría y la Marcha Real.
La entrada a Sevilla fue apoteósica: al entusiasmo de la población se unieron la vistosidad de las colgaduras de los balcones, las flores arrojadas por las mujeres a los valerosos libertadores y hasta repiques de campanas.

Por la noche O’Donnell publicó este bando dirigido a Sevilla:
“Sevillanos, habéis recibido al ejército constitucional como yo esperaba. Sois liberales y por eso simpatizáis con unos soldados que tanto han luchado por la libertad. Si peligrase de alguna manera nuestro programa del 7 de julio y que vosotros habéis aceptado, el ejército estará a vuestro lado y a su lado espera que estará la invicta y laureada ciudad del
rey San Fernando. No descansaremos ahora hasta que hayáis recogido todos los frutos
del triunfo. Una junta popular va a encargarse de auxiliar a las autoridades en sus graves y urgentes trabajos. Ella será el símbolo de la unión del gran partido liberal a que aspiramos, unión sin la cual no será posible que la paz se restablezca, ni que brille puro y sin mancha el sol de la libertad.”

El 24 de julio de 1854 se marchó O’Donnell de Sevilla, agradeciéndole al pueblo sevillano su apoyo y pidiéndole obediencia a las nuevas autoridades. Cuatro días después entró triunfante en la capital. Ahora sí que triunfa la Revolución de 1854, que puede considerarse
heredera de la europea de 1848. Como consecuencia, la reina Isabel II nombra al General Espartero Presidente del Consejo de Ministros y O’Donnell ocupa la cartera de Guerra.
Sevilla le dedicó en 1860 una céntrica calle –la antigua calle Muela – y la paralela la nombró Tetuán – la antigua calle Colcheros- por su gesta africana.

Podría ahorrarme narrar el fin del Bienio Progresista. Su corta duración les hará intuir que no tuvo éxito pero como el protagonista de este artículo es el que lo provocó sorprendentemente, qué menos que narrarlo.  O’Donnell dio un contragolpe revolucionario que puso fin al gobierno y decretó la clausura de las Cortes Constituyentes elegidas en 1854. Se puso fin a las aspiraciones de libertad y progreso del pueblo, especialmente de nuestros queridos conciudadanos.

Para no dejarles un mal sabor de boca, concluyo con 2 datos que a mí me parecen particularmente interesantes: el Marqués de la Motilla que presidió la junta era Fernando Desmaissières y Fernández de Santillán, emparentado con el Conde de Águila y éste a su vez emparentado con un personaje clave de la revolución y de peculiar título: el Duque de Sevillano.
Su titular fue Juan de Mata Sevillano y Fraile, natural de Vicálvaro y teniente coronel. Fue un acaudalado banquero que financió la revolución y ocupó la cartera de Hacienda en el Binomio Progresista. Como la Reina Isabel II otorgaba títulos a tutiplén, le dio el suyo a este señor. En este enlace pueden ver como la Gaceta de Madrid –precedente del
Boe- anunciaba los hechos de la Revolución de 1854:
www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1854/573/A00001-00002.pdf

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