M. M. Según Pantone, el sistema más utilizado para identificar y clasificar los colores en las artes gráficas, el color de Sevilla es un tono de naranja, que se identifica con el código #FFAB60 y con la denominación: ‘El color especial de Sevilla’, de esta forma está registrado, convirtiendo a la ciudad en la primera en contar con un Pantone propio.
Este color nace a partir de un curioso estudio realizado por una marca de ginebra, que se basó en el Big Data para encontrar la identidad cromática de la ciudad: analizando el color de sus calles y monumentos; y a través de la comparación miles de imágenes, un algoritmo determinó un resultado matemático, que se corresponde con este color especial.
#FFAB60 se compone en un 255 de rojo, un 171 de verde y un 96 de azul, según el sistema RGB. O lo que es lo mismo, se compone de los colores que a cualquier sevillano de a pie le recuerdan su ciudad: albero, blanco, amarillo, verde, azul; de su tierra, de sus fachadas, del azahar, de sus naranjos, de su Esperanza, de su cielo. O, en palabras de Rancio Sevillano: «Yo de verdad me lo he preguntado muchas veces, y creo que el color de Sevilla depende de cada persona, pero sobre todo de cada edad. Para mí, de pequeño era el rojo del gazpacho de mi abuela Cande, más adelante el azul del dibujo de la bolsa de hielo de los lotes que nos tomábamos en Capote, o ese verde y ese rojo de las casetas de feria… Pero, ahora, la verdad es que si me tuviera que quedar con un color, o más bien una combinación, que me recordara rápido a Sevilla sería el albero mezclado con blanco. Esa combinación del Casino, o del Conservatorio de Danza la veo en cualquier parte del mundo y me siento un poco en casa».
Y, por si fuera poco, en estos días de invierno, la ciudad nos regala estos cielos de atardeceres de tonos rosas que son pura magia. Álvaro Delgado, de Engranajes Ciencia, responsable de las actividades de divulgación científica que se realizan en el Planetario del Pabellón de la Navegación, nos cuenta que el hecho de que estos días veamos los atardeceres de estos tonos rosas, rojizos, anaranjados, “se debe al fenómeno de la dispersión de la luz a través de la atmósfera terrestre, y no está ligado a que hace unos días, en la noche del domingo al lunes, hayamos visto una luna roja con motivo del eclipse”. Explica que sí que influye en estos colores de atardeceres la época del año en la que nos encontramos: “porque este efecto de dispersión de la luz a través de la atmósfera depende de cuánta parte de la atmósfera atraviesa la luz, y como en invierno los rayos inciden de manera más oblicua, atraviesan más cantidad de atmósfera, y por esto los atardeceres en esta época del año son más rojizos que en verano”. También influye que haya nubes “porque si el cielo está totalmente despejado, no tiene dónde reflejarse esa luz; y si el cielo está totalmente encapotado, la luz no pasa; en cambio, si hay cierta cantidad de nubes, la luz se dispersa y se refleja en las luces, y nos permite ver toda esta amalgama de tonos”.