5 diciembre 2024
Hospital Sagrado Corazón

Desde Arahal a la vida de Chernobyl

El cariño hacia los niños afectados es muy importante para ellos.
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El cariño hacia los niños afectados es muy importante para ellos.

Carmen González. Román es un joven bielorruso que lleva los últimos 20 años en cama. Ha conseguido estudiar dos carreras y terminarlas con matrícula de honor. Vive en Vítebsk, noreste de Bielorrusia. Enfermó con 8 años, un simple resfriado lo dejó en estado vegetativo. Es una de las visitas realizadas por la Asociación Pro-bielorrusos (Asoprobi) de Arahal. Han ido hasta este país para conocer a los niños y niñas que este verano vendrán a los hogares de 23 familiares de la localidad para darles, como mínimo, un año más de vida. Porque casi 34 años después del accidente en la central nuclear de Chernobyl (Ucrania), siguen dándose casos de malformaciones y enfermedades en niños debido a la contaminación que sufre la zona.

En este grupo de arahalenses estaba Rosario Crespo Cobano, su marido Antonio Vera, y Miguel Ángel García Badía, párroco de la iglesia de la Victoria de Arahal, junto con varios componentes de ANIDA, otra asociación cordobesapionera en programas de acogidas y proyectos en Bielorrusia. Llegan del viaje conmocionados porque cualquier parecido con lo que habían imaginado es mera coincidencia.

Llevaban la ruta completa de visitas en dos folios. Han recorrido las viviendas de las familias que enviarán a sus pequeños este verano para que, durante dos meses , eliminen parte de la radioactividad que tienen en sus cuerpos comiendo alimentos no contaminados y recibiendo la luz del sol. “Según los médicos con los que hemos hablado, dos meses en España prolonga al menos un año su vida. Al salir les hacen las mediciones de la radiación que tienen en el cuerpo, más del cincuenta por ciento de la permitida y cuando llegan estos niveles le han bajado”.

Asoprobi lleva 21 años funcionando en Arahal, llegaron a ser más de veinte familias acogedoras que se redujeron a 4 después de la crisis económica que azotó a este país. Rosario ha peleado desde hace más de un año, junto con el párroco, para que aumente el número de familias que puedan traer durante dos meses a estos niños. De momento parece que lo está consiguiendo, ya han reunido 23. Cada niño cuesta de 550 a 600 euros traerlo a España, más los gastos que requiere estar con ellos estos dos meses.

“Están malnutridos porque comen una sola vez al día, tienen tallas muy inferiores a su edad”, explica Rosario Crespo. Y relata la impresión que dan cuando llegan: “Fue muy triste verlos llega la primera vez, había niños que traía un bañador dos tallas inferior, unos calcetines, una camiseta y la parte de arriba de un pijama, todo metido en un bolsa de plástico”. A veces, cuenta, traen una maleta pero llena de regalos “porque las familias te lo dan todo, la maleta vuelve llena de ropa y productos de primera necesidad”.

Antonio Vera y Rosario Crespo junto a la familia de su niña, Kata.

La hospitalidad del pueblo bielorruso la han comprobado en este viaje. “Preparaban una mesa con lo poco que tenían, nosotros también llevamos comida, hay cosas que no han probado en su vida, como los langostinos”, van contando mientras piensan cómo poder ampliar la ayuda que ya les prestan. Han dormido en sus viviendas, “pequeñas y hechas de un material de plástico parecido al de las persianas, todas las paredes empapeladas”, describen.

Más que vivir, subsisten, su salario no llega a los 200 euros, con un mínimo de cinco personas en la familia, y en los pueblos, de donde son la mayoría de los niños que vienen a España, todas las viviendas tienen un pequeño huerto. “Lo que más comen son patatas contaminadas porque el suelo lo sigue estando, en muchas casas no tienen ni baño”. Todos los pequeños que llegarán el próximo verano hasta Arahal pertenecen a familias muy pobres, la mayoría del sur del país, a unos 150 kilómetros de la famosa central nuclear, situada en Ucrania, muy cerca de Bielorrusia. “Son familias que necesitan ayuda de verdad”, puntualiza Rosario.

Pero cuando más sufrió el grupo la realidad de este país marcado por el accidente nuclear más conocido de la historia, fue cuando visitaron el Hospital Infantil Gómel y el orfanato para discapacitados psíquicos de Gorodets. Las historias que había detrás de cada niño eran terribles, de esas que hacen replantearse los propios problemas. Historias de abandono de niños con graves malformaciones, ciegos, tetrapléjicos, alimentados por sondas, apostados en pequeñas cunas desde que nacen. “Cada paso que dábamos en el sótano del orfanato te impedía respirar”, cuenta Rosario emocionada.

Este orfanato está mantenido por una lucha sin cuartel que lleva el mismo director, no cuenta con ninguna ayuda del Gobierno. Una ONG italiana prepara un proyecto para renovar la cocina y el salón. Necesitan freidoras, ollas, horno, frigoríficos, preparan de comer con lo mínimo al casi centenar de niños que están recluidos en estas instalaciones, cuidados por profesionales con más voluntad que recursos.

En el hospital también vivieron situaciones tremendas para las que es difícil prepararse. Niños con un sinfín de patologías consecuencia de la radioactividad que sufrieron sus progenitores. La ayuda llega a cuentagotas. Asoprobi está buscando vías de financiación, no sólo para traer cada año a más niños a pasar el verano, también para ayudar a cubrir en lo posible las necesidades de ese orfanato que tuvieron la oportunidad de conocer.

Porque traer un niño es una responsabilidad y  supone unos gastos económicos, “pero cuando los ves que ganan peso y son felices, cuando están deseando de venir, sabes que tu familia no volverá a ser la misma sin ellos”. Katsyarina, Kata como le dicen, la niña de Rosario ha estado aquí esta última Navidad y tienen ya un álbum familiar repleto de imágenes celebrando cumpleaños o fiestas en el campo. La niña no se distinguiría del resto de los componentes de la familia, si no fuera porque es el color intensamente rubio destaca de los demás. Rosario la tiene tan presente que, incluso, le hizo una foto profesional con sus otros dos hijos que colgó en la entrada de su casa. “Es una más y para nosotros una satisfacción muy grande mejorar sus condiciones de vida”. 

El párroco Miguel Ángel García, junto a uno de los niños ingresados en el Hospital Infantil.

Rosario empezó esta andadura casi de casualidad. “Soy catequista y una compañera, Beatriz, me dijo que en Utrera una niña de las que tenía previsto venir en el verano, se había quedado sin familia”. El destino le ofreció una oportunidad por la que ahora pelea con uñas y dientes, dando charlas, visitando una a una a familias con posibilidades de acoger a estos niños, buscando financiación. Pero no es suficiente porque la necesidad más acuciante está allí, junto a la cama de esos niños que no han tenido ninguna posibilidad de vivir dignamente.

En esa lucha están estas familias y aseguran que volverán a Bielorrusia en enero de 2021. Pero no quieren hacerlo con las manos vacías. Por eso hacen un llamamiento a la población de Arahal, igual que hicieron con todos las hermandades. “Nuestro especial agradecimiento a la Hermandad de la Misericordia que organizó una merienda, pusieron todo y nos entregaron lo recaudado”. Dinero que servirá para traer a dos niños más a España.

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