Adriana Ciccaglione.142 años tiene La Bayadère de haber sido estrenada. Es sin duda alguna, una de las obras clásicas más rigurosa, tanto en la ejecución musical, como en el ballet. Llegó a Sevilla para evocar suspiros, aplausos y admiración, de quienes asistieron al teatro de La Mestranza y pudieron apreciar al Ballet Nacional Checo y a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, que unieron esfuerzos para presentar la emblemática obra.
La traducción de Bayadère es bailarina, pero esa que enamora con sus movimientos y encanto. La que cada giro y paso, sabe adornar el espacio, así como su cuerpo de donde emerge la gracia para ello. También son todas aquellas, que entregan esa danza como una ofrenda a su religión, fusión de lo espiritual con lo terrenal.
Eso fue lo que se presenció desde las tablas de La Maestranza. 46 bailarinas y 37 bailarines, integrantes del Ballet Nacional Checo supieron interpretar esa magia del texto del poeta hindú Kālidāsa, que luego fue llevado a un libreto por Serguéi Judekov y Marius Petipa, con la música del compositor Ludwing Minkus.
Primera entrega. El amor entre una mujer de escasos recursos y de un hombre adinerado, siempre será mal visto por quienes pretenden hacer de la unión de pareja un negocio. Así comenzó la obertura en la batuta de Sergei Poluektov, los músicos le siguieron, mientras que en escena se veía a la primera Nikiya, quien en puntillas y con giros se despide de su amor: el príncipe Solor. La Llama Sagrada será testigo del juramento y el amor de la pareja, así como de la técnica de baile que demostraron en escena.
La Celebración del Fuego Sagrado duró un poco más de seis minutos, cuatro bailarinas con arabesques daban paso a la magia del encuentro entre enamorados.
La escenografía desde La Maestranza, con el juego de luces y telones, más todos los efectos que desde las tramoyas se produjeron, lograron descubrir los episodios que prosiguen y que poco a poco sumergen al espectador en la historia.
El Rajá interpretado por Tomáś Kopecky, ofrece a su hija Gamzatti en matrimonio con Solor. La música, ejecutada por los integrantes de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, comienza a acentuarse. La intensidad de los sonidos, que desde la fosa salen, es para indicarnos que la danza hindú, ha entrado en escena. La variación de Solor así como la de Gamzatti dejó ante la mirada de los espectadores, la destreza en movimientos de los bailarines.
El público desde el teatro, no se resiste ante tanta belleza y comienzan los aplausos, incluso antes de culminar el movimiento musical. Esto se repite a lo largo del espectáculo. La primera parte culmina con tristeza, las luces violetas acentúan este sentimiento expresado por Solor en su baile, y en su desdicha por haber perdido a Nikiya.
Lo sobrenatural. La segunda parte vino cargada de lo sobrenatural. Nikiya, en sus primeras presentaciones estaba viva. Pero para esta etapa, la protagonista de La Bayadère, ya está muerta. Las bailarinas que interpretaron el papel, hicieron una danza etérea, dibujaron con sus pies y brazos, lo sublime y lo estéticamente hermoso.
Mientras que Solor transmite en cada paso la nostalgia por la ausencia de su amada. Y así inicia esa segunda parte, con un protagonista atormentado, que se despoja ante un sofá, mientras se aparece en forma de sueño Nikiya. Los instrumentos de viento, dan paso a los de cuerda, para acompañar la escena.
Es el momento en que aparecen bailarinas con sus tutús, perfectas de puntillas comienzan hacer arabesques. La coreografía es perfecta, es como si emularan un espejo. Se trata del Reino de las sombras, son bayadères que acompañan con su baile el alma de Nikiya.
Se proyecta de manera visual un mándala, luego un bosque, mientras las 24 bailarinas en seis filas, siguen deleitando a los espectadores.
Solor la invoca, la proclama, la sueña, y para ello se gira y salta, repite esto para ver si puede atrapar con sus brazos que se estiran a lo alto, a la mujer que anhela. Entran y salen bailarinas, hasta que él queda solo, en su sillón, nuevamente.
La música ancestral dice presente, ya que en las tablas aparecen cuatro bailarines con tambores, el sonido seco de los cueros y la incorporación de más bailarines al escenario, quienes con su danza dibujan una especie de lucha y de paso, da la bienvenida a lo autóctono y las melodías hindúes que también se incorporarán.
Aparece Solor con Gamzatti, vestidos de gala y preparados para su boda. Sin embargo, en medio de la escena que está ambientada con bailes, Solor visualiza a Nikiya, vestida de rojo, entre velos y saris que muestra lo hermoso de la esencia hindú.
También Gamzatti la observa y la ira se apodera de ella. Todo se cae, incluso algunos velos colgados desde las tramoyas, que hacen efectos de columnas y se vienen abajo, mientras los enamorados hacen eterna la unión en uno de los finales más conmovedores de esta obra clásica.