Virginia López. Sevilla siempre ha ejercido una fuerte atracción a los artistas y no iba a ser menos con los valencianos, singulares exponentes de creatividad y sensibilidad. La pujanza económica permitía una alta demanda de los mecenas. Pero más allá de los encargos, la propia belleza de la ciudad, esa luz que irradia, la larga historia que atesora en la magnificencia de sus monumentos, los tipos pintorescos de su población; han fascinado a los artistas, motivos atrayentes de por sí, cuando la mala economía asediaba.
La aportación sevillana a la Historia del Arte es fundamental por la calidad y cantidad de sus artistas, oriundos o foráneos; no en vano, la Academia de Bellas Artes de Sevilla – fundada en 1660 por Murillo y rebautizada como Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría en 1843 – es la quinta más antigua del mundo y fue fundada 84 años antes que la madrileña de San Fernando, a donde fue a parar algo del expolio de la afrancesada en Sevilla.
La Escuela Sevillana de Pintura es la única española que tiene siete siglos ininterrumpidos de existencia. Le sigue la valenciana de San Carlos, por cierto.
De tierras levantinas, con su luz y salitre, proceden tres artistas que triunfaron en nuestra ciudad de color, con su albero y almagra a cielo raso. E incluso uno se asentó definitivamente aquí, como tantos otros.
Se trata del pintor Joaquín Sorolla (Valencia 1863 – 1923), del arquitecto Vicente Traver (Castellón 1888 – 1966) y del escultor Blas Molner (Valencia 1737 – Sevilla 1812).
Sorolla no requiere presentación y su estancia sevillana es bien conocida. Quizá venga a lamente su figura enjuta tras el bastidor. Su obra “Alberca del Alcázar de Sevilla” data de 1918, cinco años antes de morir prematuramente a los sesenta años, pero sus obras sevillanas más conocidas son de una década anterior.
Ahora bien, para que Sorolla se enamorara de Sevilla hizo falta un milagro, un encuentro fortuito quizá, pero una ensoñación que le borrara el mal recuerdo que le produjo su primera visita.
Pisó Andalucía allá por el año 1902 y estuvo en Granada, Córdoba y Cádiz, además. No pinta nada, estudia y observa, buscando el “paisaje español” multiplicado en sus variantes regionales. Desde el punto de vista social, la experiencia no es nada buena y llega a expresar que detesta los toros, le marean los flamencos y que “no soporta a los andaluces”. En 1908 vuelve a Sevilla para diversos retratos encargados por el Rey Alfonso XIII. Incluso la de encargo, Sorolla concibe la pintura como algo trascendente.
Acude al Alcázar a realizar los retratos reales… y descubre sus Jardines.
Seducido por el paisaje, las flores – acompaña las cartas, escritas desde el Hotel París de la Plaza del Pacífico, hoy de la Magdalena. a su amada esposa Clotilde García del Castillo con una flor de azahar – y nuestra clara luz, se reconcilia para siempre con el sur y Sevilla será una ciudad muy importante en su obra, tras su Valencia natal, el Madrid donde reside y San Sebastián, su lugar de descanso predilecto.
Con Sevilla mantuvo una relación más pasional, como afirma el historiador Juan Carlos Montes Martín, autor de la monografía que al fin ha publicado la Diputación en Arte Hispalense, dado que hasta ahora solo había estudios dispares.
En Sevilla hemos tenido la suerte de contemplar obras suyas en continuas exposiciones, celebrándose la última “Mujeres. Entre Renoir y Sorolla” de Unicaja, en febrero de 2020.
Teniendo en cuenta que la ciudad cuenta con dos obras suyas pero en manos privadas y una no accesible. Se trata del retrato a Regla Manjón, Condesa de Lebrija y el retrato a Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, Duque de Alba.
Además del paisaje, plasmará escenas típicas de nuestras fiestas en la trilogía de 1914-16 con El Baile, donde capta el momento único a modo fotográfico, Los toreros donde prefiere detenerse en el saludo y Los nazarenos, donde ni calle, palio ni cortejo son definibles pero vemos la Giralda, la Carretería y el palio de los rosarios.
En el encargo de la Hispanic Society, Andalucía y de ésta Sevilla, serán las más representadas.
Como curiosidad, una de las galerías de arte más veteranas de nuestra ciudad, en la calle Canalejas, lleva su nombre.
Vicente Traver tenía 39 años cuando sustituye a Aníbal González, tras su dimisión, como Director de la Exposición Iberoamericana de 1929. Pero este notorio representante de los artistas valencianos llevaba en Sevilla desde 1914, es decir, con 26 años, recién licenciado, por lo que la primera parte de su carrera – dos décadas – transcurre aquí, dejando una obra propia desligada de la muestra.
De hecho su contacto con nuestro Regionalismo será con el primer encargo que reciba, al ser nombrado arquitecto de la Comisaría Regia del Turismo y Cultura Artística Popular, por Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, artífice de la remodelación de nuestro Barrio de Santa Cruz y recientemente homenajeado, por fin, con una calle en Sevilla. De hecho, de nuestros tres protagonistas, el único rotulado en Sevilla es Sorolla.
Dentro de la exposición, sus dos obras más destacadas son el Casino que si bien se inspira en el Barroco andaluz, es una amalgama, con reminiscencias de estilo francés y un aire palaciego en el interior, dejando lo andaluz para el exterior; y la propia entrada al recinto,de lo que queda la Glorieta de san Diego – por el convento franciscano que hubo allí – en el lado que da a la Plaza España pues su continuación se derribó.
Entre sus edificios destacan la Casa Longoria (1920) en la Plaza Nueva, ejemplo puro del Regionalismo sevillano, y la casa para La Previsión (1923) hoy sede del Ateneo. En 1931 finaliza la fachada del Palacio del Marqués de la Motilla con su curiosa torre neogótica-florentina.
Desde 1934 se instala en su ciudad natal, de donde será alcalde en los años 40.
En los últimos días el nombre de Blas Molner, otro de los artistas valencianos en Sevilla, ha trascendido los círculos de investigación, para difundirse en la prensa una posible autoría suya de la Virgen de la Encarnación de la Hermandad de San Benito. Se trata de un imaginero que se instaló de forma permanente en Sevilla donde murió.
Discípulo de Cristóbal Ramos, llegó a ser director de la academia, llamada entonces Real Escuela de las Tres Nobles Artes de Sevilla. De su obra destacan el retablo de la Virgen de Belén, en San Lorenzo, y el San José de la Hermandad de Pasión. En 1799 restauró las potencias del Gran Poder.
Otro escultor entre los artistas valencianos en Sevilla es Vicente Luis Hernández Couquet. Fallece en nuestra ciudad en 1868 y, lamentablemente, sus misterios de Semana Santa se han perdido. Restauró la fachada plateresca del Ayuntamiento y talló las imágenes de Hércules y Julio César del Arquillo. Su obra más conocida es el San Isaías de la Hermandad de Monserrat que procesionaba en un paso alegórico. Fue motivo de la guasa sevillana que lo apodó “El santo del poyetón” pues iba apuntando a las mocitas asomadas a los balcones que se quedarían sin casar… si el santo las miraba.
En lo pictórico también destaca que en Sevilla contemplemos dos Ribera, el Santiago del Museo de Bellas Artes y la Coronación de Espinas del Palacio de Las Dueñas.
Como curiosidad el pintor Paco Pérez Valencia es sevillano y la pintora Soledad Sevilla es valenciana.
3 comentarios en «La fascinación por Sevilla de los artistas valencianos»
Hola, soy la autora del artículo y quisiera aclarar que en Sevilla sí hay un Sorolla: el retrato de Regla Manjón, Condesa de Lebrija.
Hola de nuevo. Vuelvo a aclarar que Sevilla tiene dos Sorolla: el otro es el retrato de Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó (1908), en Duñas.
* Dueñas