Carmen González. Apenas son las ocho de la mañana en la Huerta del Rosario de Arahal cuando los hermanos Brenes ya trajinan en la nave que hay junto a las plantaciones de patatas, tomates, pimientos, berenjenas, alcachofas, rábanos, coliflor, judías verdes y algunas plantas de pepino. Estas instalaciones están gestionadas por una familia y es de las pocas de estas características que quedan en la comarca. En los últimos años, la familia que la trabaja ha tenido que pelear con los bajos precios de losproductos, con la meteorología y con las plagas, pero nunca pensaron que también tendrían que hacerlo con unapandemia. Contrariamente a lo esperado, la crisis sanitaria y sus consecuencias en estos dos meses para ellos se ha convertido en un periodo de estabilidad y buenos precios.
Eso ha sido durante los dos últimos meses, cuando la sociedad se ha dado cuenta de la importancia de los productos de primera necesidad, a partir de ahora “solo hay incertidumbre”, dice José Carlos Brenes, uno de los cuatro hermanos herederos de una huerta que suena a campo con antigua alberca donde el agua no paraba de correr, fría como un témpano. Antiguamente servía para dar de beber al ganado y lavar las berzas, hoy forma parte de una parte de las instalaciones que ha dado prioridad a los invernaderos que albergan parte de las plantaciones de verduras.
«Cuidamos las plantas como si fuera un hijo»
“Los pimientos los pagan a 0.66 céntimos el kilo, son productos con pocos kilómetros de transporte y se cuida la planta como si fuera un hijo. No sabemos cómo va a rematar la situación porque nos paguen lo que nos paguen siempre hay que estar mejorando las plantaciones”, explica el hortelano. En esta huerta siempre se busca la posibilidad de combatir las plagas o problemas con productos naturales, como por ejemplo otros insectos. Y apenas avanzas por las hileras de pimientos o tomates, se pueden ver las cajas donde están esos insectos que matan a los que hacen daño a la planta.
La tarea es continua y sin parar. Repasar el drenaje del riego, vigilar los nutrientes, dirigir la planta, arreglar los invernaderos, encalar el techo para que bajen las temperaturas 5 grados en su interior, limpiar, plantar y arrancar plantas viejas preparando el terreno para una nueva cosecha, siempre mejorando sus condiciones.
José Carlos es más pequeño de los hermanos y más puesto en productos innovadores para tratar y mejorar las plantaciones, ha viajado por tantas ferias agrícolas que oírlo hablar es hacer un máster en unas horas. Es un especialista en la plantación de todo tipo de verdura y, como el resto de los hermanos, sabe hacer cualquier actividad que requiera el campo.
40.000 metros de huerta
Ellos no han parado porque había que abastecer a toda una población confinada, también han sido merecedores de aplausos. En La Huerta se respira aire puro, pero aún así entre los hermanos han utilizado las medidas protectoras que exigían las autoridades sanitarias. “Quieras que no cada uno vive con su familia y no queríamos llevar o traer lo que no se tiene”, cuenta Dolores Brenes mientras no deja las manos quietas enfilando la guía de los tomates y retirando los esquejes que le impiden coger la altura necesaria.
La Huerta del Rosario está situada a dos kilómetros de la carretera A-8125, entre los pueblos de Arahal y Morón. Es la más antigua y la única de grandes dimensiones que queda en el municipio sevillano, tiene 40.000 metros. Se accede por medio de un camino que asciende hasta una de las zonas desde donde se puede ver íntegro el casco urbano entre olivos. Cuando llegas a la huerta, te asalta el olor a productos primarios, a verde, a tomate y pimiento.
El día de la visita sólo había dos hermanos de los cuatro, Jose Carlos (51 años) y Dolores (52 años). Los otros dos, Juan María (60 años) y Antonio (56 años), estaban realizando los portes de verduras a distintos puntos de venta, el principal Mercasevilla, plataforma de distribución de alimentos frescos, desde donde salen para distintos puntos de Andalucía.Ambos faenaban desde primera hora de la mañana, seleccionando fruta y guiando las plantaciones de tomate.
No hay horarios
Dolores sola en uno de los invernaderos entre hileras de plantas verdes con la radio de compañía. Ella es como todos sus hermanos, se ha criado en esta huerta de la que viven desde 1983 cuatro familias. Para ellos no existen días festivos ni domingos, “la sacamos adelante porque no hay horarios, es raro el día que no venimos aunque sea a echar un rato”, cuenta José Carlos. En ese año decidieron que la huerta familiar había que ampliarla y meterse de lleno en el mercado provincial y desde entonces “peleamos por defender los precios”, aunque pocas veces lo consiguen.
Porque hoy ganarse la vida como hortelano es una carrera contra la meteorología, las plagas, y, sobre todo, los precios. Resulta incomprensible ver las cajas y cajas de tomates enfilados en la nave, con una calidad extraordinaria, y saber que el precio supera pocas veces 0,50 céntimos el kilo. Porque esta familia cuando empezó a cuidar la tierra con mimo hace 37 años tuvo que pedir un préstamo a la Caja Rural para poder instalar los primeros doce mil metros de invernaderos. Ya sabían que tendrían que emplear 14 horas diarias para sacar adelante la huerta.
Juan María Brenes (60 años) se viene con su mujer los domingos para clasificar verdura y pasa la mañana entre cajas y lo que la producción haya dado de sí esa semana. Los cuatro hermanos han echado los dientes en esta huerta, en los tiempos en los que el municipio estaba rodeado de este tipo de plantaciones familiares. Nombres como Huerta Los Membrillejos, Huerta Murillo, Huerta Fernando, Huerta de Los Platos, Huerta de Los Motas, Huertas Perdidas, Patas Largas, El Perú son nombres que forman parte de la etnografía de Arahal.
Huertas sin futuro
La Huerta del Rosario se ha quedado prácticamente sola como instalación empresarial. El único punto de venta que tienen está en la Plaza de Abastos de La Venta de Arahal los sábados, donde se puede ver lo mejor de la producción. Las huertas poco a poco se van quedando sin futuro y colocándose en la memoria de los vecinos de los pueblos. El oficio de hortelano está en vías de extinción y las huertas se limitan a los huertos sociales, instalados por los ayuntamientos, que sirven de entretenimiento a los mayores del lugar o de ayuda a los desempleados para consumo propio.
Pero ni una crisis sanitaria impedirá que las huertas sigan siendo modelos agrarios en peligro de extinción. Porque aunque la sociedad ha sido consciente de que los alimentos frescos que llegan al supermercado no crecen en las estanterías, la vuelta a la normalidad no cambiará la situación. Los herederos de estos cuatro hermanos han elegido otras salidas profesionales porque “el campo es muy duro y no tiene futuro”.