Rosa Brito. Cristina Molina de Borjas, 22 años, es estudiante de 4º en el Grado en Turismo por la Universidad de Sevilla y su trabajo se traduce como asistente al consumidor en el cine. Llegó a Edimburgo hace poco más de un año de Erasmus. Al principio solo iba a clases, pero necesitaba algo de dinero para poder permitirse la vida allí, dado que con la beca que el Gobierno le ofrecía no era suficiente. Por ello comenzó a trabajar en un hotel como camarera.
Cristina resalta que Edimburgo es de esas ciudades que con tan solo pisarla, «te sientes parte de ella». Es una ciudad que guarda toda la arquitectura original. Tiene una magia que la destaca de muchas por su mal tiempo, aunque suene raro, ¿no? ¿Llueve y hace días nublados prácticamente todos los días y eso es mágico? «De hecho, es así, es lo que le da su esencia, única e inigualable. Los colores de los edificios cambian según los días», destaca.
Vivir allí, según Cristina, te hace sentir libre. No importa tu historia, de donde vengas, cómo hayas llegado aquí, «te van a tratar con respeto y te van a valorar como a cualquier otra persona. Algo que es muy diferente a España«. A la hora de encontrar un trabajo es muy diferente también, no les “importa” realmente si tienes experiencia o no, quieren que tengas ganas de trabajar y tengas entusiasmo, ellos te enseñan todo lo que sea necesario para ese puesto de trabajo. Los habitantes son tranquilos, amables, interesados en conocerte, de conocer tu historia y de contarte las suyas.
Para la sevillana es difícil seleccionar un lugar favorito, pero su debilidad es pasear por la zona del casco antiguo de la ciudad, la conocida como Royal Mile, una calle que cruza Edimburgo «de cabo a rabo» y que contiene los sitios más especiales.
El principal obstáculos que ha tenido que superar durante este tiempo de la pandemia ha sido mantenerse sana psicológicamente. Confinamiento, sin posibilidad de hacer gran cosa y fuera de casa, sin los suyos, han sido momentos difíciles. Por suerte, contó con la compañía de una persona importante en mi vida, y el confinamiento se hizo algo más ameno.
Hace un balance muy positivo de la experiencia que está viviendo, pandemia aparte. Llegó a Edimburgo con un B2 de inglés y, día a día, sigue puliendo el idioma.
Sus planes han cambiado bastante desde que aterrizó hace un año. Ahora mismo en la mesa está quedarse allí, trabajando, y acabar el último año de universidad. Aunque no le quede más remedio después volver a Sevilla, le encantaría quedarse a vivir en Edimburgo.
De Sevilla lo echa de menos todo. «Los ratitos de cervecitas al sol con los amigos, el poder cenar a cualquier hora. Tomarme un botellín de Cruzcampo fresquito con mi madre y mi padre en el bar de abajo. Desayunar con mi abuela y ver a mis primas pequeñas, recogerlas del cole por sorpresa y comer con ellas», relata.
Recomienda a todos los sevillanos la oportunidad de salir, si la tienen, porque es algo que «todo el mundo debería vivir para crecer y aprender». Asegura que te cambia mucho la visión de la vida.