Rosa Brito. El sevillano Miguel López (34 años) es licenciado por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla y tiene la suerte de trabajar de ello en Berlín.
Trabajó en caterings de bodas y bares de copas durante casi toda la carrera. No concebía otra forma de financiar sus viajes, ya que trabajar de becario en un estudio de arquitectura suponía hacerlo gratis. En el último año de la carrera estaba un poco atascado y necesitaba ejercer de Arquitecto para dar sentido a todos esos años estudiados. Juntó los viajes con trabajo y aceptó unas prácticas en Viena. Esto le abrió la puerta al alemán y propició que al terminar la carrera se mudara a Zurich. Unos años después se mudó a Berlín.
«Se suele decir que: Berlin is poor but sexy – Berlín es pobre pero sexy– y es verdad. La gente trabaja para vivir o intenta trabajar en lo que le gusta para mezclar las dos cosas», afirma Miguel. Nunca ha vivido en una ciudad en la que haya tanta gente con tantas ganas de hacer cosas. Esto es contagioso y le hace feliz. A pesar de ser una ciudad en constante cambio y bastante caótica, es de las pocas ciudades del norte de Europa que tiene esa cultura de la calle que tanto gusta en el sur y nos representa. Miguel resume la capital alemana como «bastante feo, pero con un alma preciosa».
El tiempo en Berlín es un poco peor que en el norte de España, llueve bastante y suele nevar un poco en invierno. En general, la ciudad es bastante gris. Esto se compensa con una actividad cultural en ebullición y múltiples oportunidades laborales y sociales. La gente tiene allí muy claros sus derechos universales y disfrutan de la vida en sus diferentes niveles con plenitud. «No solo me refiero a la fiesta – a Berlín venían cada fin de semana unos 10.000 turistas atraídos por los clubes de tecno– también al teatro, los conciertos o las exposiciones».
Su lugar favorito es Admiral Brücke, un puente sobre un canal en Kreuzberg en el que se solían hacer jam sessions al atardecer. Últimamente está prohibido tocar en directo, pero la gente sigue yendo a sentarse en el bordillo de las aceras de ese puente a tomarse algo. «Si vas a última hora después de un duro día de trabajo se te olvidan todos los problemas, ves a mucha gente rebosante de vida. Muchas veces voy incluso solo», comenta.
Cuando se mudó a Zúrich, en el mismo avión conoció a un chaval de Madrid, también arquitecto, iba a buscar trabajo a Zúrich. Se hicieron amigos instantáneos y tras dos semanas se mudó al sofá del salón de la casa de sus amigos. Estuvo allí 1 mes y medio hasta que encontró un trabajo en Basilea.
El idioma siempre es el gran dilema de todos los sevillanos que se van. En este aspecto, Miguel tuvo mucha suerte. Su madre siempre había insistido en que fuera a clases de inglés después del colegio. No le gustaba mucho, pero aprendió lo suficiente para no tener problemas una vez que tuvo que utilizarlo en el entorno laboral. El alemán ya es otro cantar. Sigue luchando para declinar correctamente. Se apuntó a algún curso intensivo en Sevilla antes de irse y quedó con Erasmus alemanes en la Alfalfa para hacer tándem. Otra cosa no, pero empeño le ha puesto.
Si tuviera que hacer un balance de la experiencia está muy claro. Deja claro que se renuncia a cosas, y a veces no va todo lo bien que uno quiere. Aun así, afirma que la experiencia es tan enriquecedora que merece la pena. La profundidad que te da como persona y como profesional es muy gratificante.
A la pregunta de qué planes de futuro tiene, Miguel responde que cada año tiene uno nuevo. Sigue haciendo planes, no descarta volver a moverse. Pero lo que no concibe es volver a Sevilla de manera definitiva, aunque eche de menos el cielo azul sevillano, pasear por el centro y la comida. En todo caso, Madrid o Barcelona.
Para todo aquel sevillano que se plantea salir de la capital y no es capaz de dar el paso, Miguel lo recomienda totalmente. Asegura que es un año difícil, pero es muy importante que los recién licenciados y la gente que quiere probar una profesión antes de estudiar tengan la posibilidad de hacerlo. «Me gustaría hacer especial hincapié en este último punto. En España deberíamos trabajar antes de estudiar, probar y equivocarnos para poder acertar. Bajo mi punto de vista, en esos años de semi-madurez tras la selectividad, no estamos capacitados para tomar decisiones que afectarán a toda nuestra vida. Si tu país no ofrece oportunidades en el campo en el que te quieres desarrollar, hay otros que seguro son una mejor opción. Y de esa forma acabar con el estigma español: bueno es recién graduado, es normal que no cobre por su trabajo. Saliendo al extranjero en general abres la mente y eso te da más posibilidades para ser feliz. ¡Buena suerte!», finaliza.