Virginia López. En 1631 visitó Sevilla el embajador inglés. Solo permaneció cinco días en la ciudad, pero los gastos ocasionados por acondicionar su estancia y, sobre todo, para agasajarlo, ascendieron a miles de maravedíes.
Conocemos pormenorizadamente los gastos de la visita por un manuscrito localizado por José Gestoso entre los papeles del Alcázar, que lleva por título:
Quenta del gasto que se hizo en el hospedaxe del embajador de ynglaterra en estos Reales Alcázares de la Ciudad de Sevilla por mandado del Conde Duque de Olivares.
El propio Gestoso señala que el manuscrito no recoge el nombre del personaje pues lo supo por otra fuente. Se trataba del baronet Francis Cottington, un noble importante en la política inglesa de entonces.
En el momento de la visita, era Canciller de Hacienda con el Rey Carlos I de Inglaterra, aunque tuvo períodos de decadencia por su enemistad con el Duque de Buckingham, favorito del monarca.
Su relación con España fue bastante estrecha, tanto en lo político como en lo personal, a lo largo de su vida. Y en modo alguno le era desconocida Sevilla pues aquí ejerció el consulado entre 1612 y 1613.
A la sazón, las relaciones anglo-hispanas eran mucho mejores que en la centuria anterior y hubo negociaciones para casar al entonces Príncipe de Gales, futuro Carlos I, con la Infanta María Ana de Austria, hija menor de Felipe III. Uno de los motivos por los que no hubo boda es por la imposición española de que se convirtiera al catolicismo, pese a que los hipotéticos contrayentes llegaran a conocerse personalmente con la visita a Madrid del Príncipe de Gales y el Duque de Buckingham. El duque fue retratado por Rubens y el príncipe se prendó de la pintura.
Este episodio histórico resulta bastante singular pues el príncipe viajó de incógnito, se presentó sin avisar y permaneció cerca de seis meses en la capital. El 9 de septiembre del año 1623 se marchaban los ingleses y el 9 de octubre Velázquez era nombrado Pintor del Rey.
Él acabó casándose con la princesa francesa Enriqueta, hija de Enrique IV de Francia – el reconvertido al catolicismo con “París bien vale una misa” – y ella con su primo Fernando III, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Su hija Mariana de Austria, esposa de su tío materno Felipe IV, es la madre del último Austria español, el Rey Carlos II.
Volviendo a nuestro protagonista y su lujosa estancia, Cottington llegó el 20 de febrero de 1631, hospedándose a hora taurina en el Alcázar, de donde era Alcaide a perpetuidad desde 1623, Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, ya entonces Conde Duque de Olivares.
El primer gasto consignado, de 100 reales, fue pagado a Juan de Mendieta, quien lo trajo desde Écija. Se limpió el Patio de la Montería y Francisco Rodríguez recibió 76 reales por quitar todo el estiércol y la basura que había de la Puerta de Jerez a la Puerta de la Alcoba, por donde entraría el embajador.
Los aposentos fueron adecentados con tapices alquilados y la compra de muebles, como cuatro mesas pagadas a 176 reales. También se adquirieron perfumes y jabones. Un pomo de vidrio que servía de perfumador, costó 24 maravedíes y fue colocado en una canastillo con cintas y una flor. Se destinaron cuatro alabarderos quienes, apostados día y noche ante las puertas, estrenaron sombreros y zapatos para la ocasión.
El séquito del embajador inglés estaba formado por más de 130 personas, entre caballeros y criados. Para la cena del primer día, la cuenta fue la siguiente:
– 24 gallinas, 30 conejos, 6 patos, 13 pichones, 3 jamones, 2 cabritos, 1 carnero, 12 libras de vaca, salchichas, dos libras de diacitrón (dulce de la época), 12 azumbres de miel, 1 libra de piñones y 1 libra de azúcar. A lo que se suman limones, vinagre, huevos, aceite y tocino.
– El coste de tan opípara cena fue de 18.676 maravedíes.
En otras comida se cita el Alfajor de Carmona, queso de Alentejo y manteca de Flandes. Llama la atención que se sirvieran melones – 10 melones sanos que pesaron 17 libras – en pleno febrero. Abundan los pescados en las comidas como 24 sábalos, 75 lenguados, 12 libras de acedías y 80 docenas de ostiones. También aparecen mil nueces.
Los postres fueron servidos en cajas y vidrios, cuyo importe de 554 reales fueron abonados a Gonzalo Díaz. Una cita muy curiosa es la referencia al pago de 832 reales por 42 platos de regalo que se hicieron en los Conventos de Madre de Dios y de San Leandro. No figuran los nombres de los cocineros, de los que sabemos que eran cuatro y a quienes pagaron 6.800 maravedíes. También se estrenaron piezas de menaje.
No hay banquete sin espectáculo. El entretenimiento consistió en representaciones de teatro, conciertos y torneos. Entre las primeras, figuran comedias, estrenadas para la ocasión y cuyos autores fueron José de Salazar y Pedro de Ortegón. La música fue de ministriles con el maestro Juan de Vega. El estipendio ascendió a 26.500 reales.
Lógicamente fueron cuantiosos los gastos en hachones y cera. Al relatarlos, se citan las estancias del Alcázar donde se colocaba la iluminación. Se habla de un aparador que exhibía piezas de plata, las cuales eran recogidas cada noche.
Con cuanto antecede, y ya es bastante, llegamos al final. Tal breve estancia culminó el lunes 24 de febrero de 1631. El embajador fue llevado a Cádiz por el mismo que lo trajo, Juan de Mendieta, que cobró 500 reales. Mientras que algunos caballeros ingleses, los criados y la mercancía, embarcaron en falúas por el Guadalquivir. A Pedro Bernal, patrón de la falúa de la Casa de la Contratación que se fletó al efecto, saldaron 858 reales.
El Conde Duque de Olivares quiso manifestar, una vez más, su espléndida generosidad y para ello obsequió a Cottington con un abundoso surtido de productos alimenticios propios para llevarse a su tierra, tales como higos, barriles de conservas, alcaparras, agua de ángeles, agua de azahar y vino, jamones y chorizos, aceite y aceitunas, quesos, limones y naranjas. Este regalo valió 13.414 maravedíes.
No olvidemos que ni clero ni nobleza pagaban impuestos. Solo el tercer estamento estaba constituido por pecheros, esto es, que pegaban pechos o impuestos.
Con la caída de la monarquía inglesa y el advenimiento de la república, Cottington encuentra refugio en España y como católico, acogido en el Colegio inglés de los jesuitas en Valladolid.
Bien pudiera haberlo hecho en el correspondiente hispalense: el Colegio de San Gregorio, hoy convento mercedario y sede de la Hermandad del Santo Entierro. El buen hombre debió venir en Semana Santa porque hubiera contemplado, por ejemplo, el Cristo Yacente de Juan de Mesa, titular de dicha hermandad, aunque saliera desde otra sede, el Colegio mercedario de San Laureano.
Embajador inglés, Sevilla siglo XVII.