Redacción. La iglesia de Santa Ana de Triana ha acogido una función principal en la que ha tenido lugar la bendición de la Bandera del buque escuela Juan Sebastián Elcano.
La ceremonia, que se enmarca en los actos para la conmemoración del V Centenario de la Primera Circunnavegación a la Tierra de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, ha sido oficiada por el Arzobispo de Sevilla y Arzobispo Castrense y a la misma han asistido el Almirante Jefe de Estado Mayor de la Armada, Teodoro López Calderón, y la delegada del Distrito Triana, María Encarnación Aguilar.
La capilla donde se encuentra la Virgen de la Victoria tiene gran relevancia. Ante esta talla, Magallanes con sus marineros rezó antes de salir a realizar la proeza de dar la vuelta al mundo con la expedición Magallanes –Elcano. Por tanto, el acto ha sido una ocasión para rememorar el 500 aniversario de la bendición, ante la imagen de Santa María de la Victoria, de las banderas entregadas por Carlos I a Fernando de Magallanes para ser izadas en las naos de la expedición.
La Iglesia de Santa Ana comenzó a construirse en el año 1266 por orden del rey Alfonso X. Su origen se debe, según reza la inscripción de uno de sus muros, a la curación del monarca de una enfermedad que padecía en los ojos mediante la intervención milagrosa de Santa Ana. En un principio esta iglesia debió estar fortificada, ya que fue la primera que se levantó extramuros de la ciudad tras su reconquista, conservándose los característicos remates almenados sobre las cubiertas de sus terrazas.
El 10 de agosto de 1519, capitaneadas por Fernando de Magallanes, cinco naos (Santiago, San Antonio, Trinidad, Concepción y Victoria) con 239 tripulantes, parten desde el muelle de las Mulas en Sevilla, cerca del lado oeste del actual puente de San Telmo. La expedición promovida por la Corona española, llevaba el objetivo de abrir una ruta comercial por occidente hasta las islas de las especias, las Molucas, donde radicaba uno de los comercios más lucrativos del momento. Para ello, y poniendo sus proas siempre a poniente debían encontrar un paso o estrecho que uniera los dos grandes océanos del mundo hasta entonces desconocidos.