M.C. Contreras. Corría el siglo XIV cuando un impresionante castillo se levantaba a pocos kilómetros de Sevilla capital. Su historia va unida a la de la propia provincia, y ahora, mediante el impulso de la Junta de Andalucía, podría convertirse no en un monumento en sí mismo, sino en parte de un conjunto que uniría otros lugares patrimoniales de este pueblo.
Así lo ha puesto de manifiesto la consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, Patricia del Pozo, que ha visitado este castillo, donde ha hablado de algo que puede ayudar a que aumente sus visitas. Todo ello mediante las ayudas a actuación en patrimonio municipal que tendrán para los pequeños municipios andaluces, que en el borrador de los presupuestos andaluces de 2020 contemplan una primera partida de un millón de euros.
Del Pozo ha recordado que el pasado año, de los 33 millones de turistas que llegaron a Andalucía, 10 lo hicieron atraídos por su patrimonio y actividades, y, por primera vez, el Gobierno andaluz contempla ayudas para los ayuntamientos que quieran poner en valor sus propios conjuntos patrimoniales.
La idea, ha señalado, es que los propios ayuntamientos presenten a la Junta de Andalucía los proyectos que quieren poner en valor, “y ellos mismos lo hagan”. En el caso de Los Molares, pondría en valor sus dólmenes, la fortaleza y todo cuanto se pueda meter al amparo de una norma abierta.
Historia. La web oficial del Ayuntamiento de Los Molares recoge que el castillo fue el núcleo primitivo en torno al cual se fue formando la actual población. Data de principios del siglo XIV, cuando el rey Fernando IV concede el lugar a Lope Gutiérrez de Toledo (1310), como premio a su actuación en la batalla de Algeciras. Después de la muerte de Lope Gutiérrez, su hijo, de igual nombre, solicita a la Corona media legua más en torno al castillo que ya se había construido, así como el poder establecer el mayorazgo de sus bienes y aplicar privilegios para los nuevos pobladores que se establecieran en torno a dicha fortaleza. En 1336 el rey Alfonso XI realiza estas concesiones o “mercedes” mediante la correspondiente carta puebla.
Desde 1430 pertenece a la familia Ribera, tradicionales Adelantados Mayores de Andalucía. Éstos serán duques de Alcalá y más tarde se unirán al ducado de Medinaceli.
El poeta sevillano Baltasar del Alcázar fue alcaide del castillo y juez de la villa unos 15 ó 16 años (1569-1584). Aquí compuso algunos de sus poemas más conocidos, como el poema A la fiesta de Toros en Los Molares, una de las primeras crónicas taurinas, y que dedicó al nacimiento de la hija de los duques.
En el siglo XIX, con la disolución del régimen señorial, la posesión del castillo pasa por varias manos. A finales del siglo lo compra el utrerano Enrique de la Cuadra, quien lo somete a un intenso proceso de restauración, que desgraciadamente le imprime una serie de deformaciones idealizadas propias de la época.
El siglo XX significará la división de su estructura en varias propiedades, y un reaprovechamiento para albergar distintas estancias municipales.
Como indica la descripción artística difundida por el Ayuntamiento, el castillo fue sometido a un gran proceso de restauración a finales del siglo XIX, por parte de su nuevo propietario, el utrerano Enrique de la Cuadra.
Esta restauración, tanto en materiales como en diseño, cae en los defectos propios de su tiempo, al intentar, con materiales modernos, dar una apariencia idealizada de fortaleza medieval, fruto de los prejuicios y las ideas preconcebidas sobre la Edad Media. A juzgar por las palabras de Antonio Ponz en el siglo XVIII, el edificio estaría en avanzado estado de deterioro desde hacía tiempo, lo que indicaría que el uso por parte de los duques se habría reducido al mínimo en los últimos tiempos: «El lugar de Los Molares es cosa corta, como de sesenta vecinos, poco más o menos; nada tiene que observar sino un castillo medio arruinado».
La protección genérica de los castillos por parte del franquismo de nada sirvió para la conservación de éste, como se puede comprobar por el derribo del torreón chico a mediados de los años 40 del siglo XX y la constante agresión para aprovechamiento del terreno y su división en viviendas y estancias municipales.
En 1993 se hizo una declaración genérica de bien de interés cultural (BIC), que afecta presumiblemente a todo el recinto amurallado y su entorno, si bien esto no ha sido respetado, a juzgar por las agresiones que llegan hasta el presente, tanto a nivel arqueológico como estructural y paisajístico.