Virginia López. Que Sevilla sea cuna del Arte no hace falta reivindicarlo, siquiera pregonarlo. No obstante la presencia de la mujer, relegada a modelo que posa e ignorada en ocasiones su autoría, sí es absolutamente necesario poner en el lugar que le corresponde. En consonancia con su valía y no con el género porque al fin y al cabo nos da igual quién tiene el arte de Apeles, nos importa lo que hace y lo que transmite con él.
En esta ocasión vamos a hablar de mujeres que alcanzaron el renombre a la altura de su talento. Sin embargo la opacidad inmerecida que a veces encontramos y el ánimo de propagar sus figuras y obras, para que sean conocidas – y reconocidas – por el mayor número de personas, nos motivan a hablar de ellas.
Por orden cronológico, sobresale la figura de Josefa de Óbidos, sevillana de nacimiento y que triunfó en Portugal donde es considerada la pintora más notoria del Barroco luso,
Su nombre era Josefa de Ayala Figueira y es conocida como Josefa de Óbidos por la localidad portuguesa donde vivió.
Para entender cómo adquirió presteza pictórica, conozcamos su ambiente familiar.
Su padre era el portugués Baltasar Gómez Figueira, natural de Óbidos y segundón de una familia acomodada. Se instala en Sevilla en 1626 con ánimo de prosperar en la carrera militar pero acabó ganándose la vida en el taller de Francisco Herrera “El Viejo”.
Se casa con Catalina de Ayala Camacho y tuvieron siete hijos, entre ellos Josefa, bautizada el 20 de febrero de 1630 en la Parroquia de San Vicente y apadrinada por el pintor. Nótese el baile de apellidos que era común en la época.
En esa collación tenía el maestro su taller así como Martínez Montañés y Alonso Cano, los cuales se casaron en San Vicente.
Cabe señalar que Herrera fue el primer maestro de Velázquez, quien también residía en San Vicente desde el año 1601 pero desavenencias con el pintor le hicieron ingresar en el taller de Pacheco, situado en la calle del Puerco – hoy Trajano – donde coincidió con Alonso Cano y donde había una tertulia a la que acudía Montañés, íntimo de Pacheco. Todos se conocían y todos emulaban entre sí. Un ambiente vetado a la presencia femenina con la que solo tenían relaciones familiares. Salvo excepciones, como la que nos ocupa.
Entre 1580 y 1640 permanecen unidas las coronas de España y Portugal y esa circunstancia es clave para entender el contexto donde se mueve nuestra protagonista. Los padres retornan a Portugal pero ella permanece en Sevilla seis años, por lo que su formación pictórica es netamente sevillana, junto a su padrino, uno de los pioneros en la nueva corriente artística del Naturalismo. Herrera tenía fama de mal carácter pero sin duda alentó la vena artística de su ahijada, de ahí el aprendizaje en armonía.
A los catorce años se instala en Óbidos con sus padres y dos años después profesa en el Convento de Santa Ana de Coímbra pero lo abandona en 1653 por causas que se desconocen y decide dedicarse profesionalmente a la pintura, algo, sin duda, insólito. Ese mismo año realiza unos grabados para la Universidad de Coímbra que serán sus primeras obras, en una carrera donde no le faltarán encargos y reconocimientos.
Se ha conservado un centenar de obras suyas, con temática religiosa y con retratos de la familia real portuguesa. Destacan sus naturalezas muertas con claro influjo de Zurbarán. Junto a su padre, introdujo los bodegones en Portugal. Y a ella se debe el colorido y minucioso barroco que tanto gustó. Obtuvo la emancipación jurídica, algo realmente insólito para una soltera no religiosa y en su testamento dejó sus bienes para linajes femeninos. Josefa murió en Óbidos el 22 de julio de 1684.
Dos pintoras sevillanas que han descollado en el siglo XX son Teresa Duclós y Carmen Laffón. Nacidas en 1934 y pertenecientes a la generación de pintores de mediada la centuria con compañeros como Luis Gordillo o Jaime Burguillos. Les une un lirismo estético y exuberante de sensibilidad.
Teresa Duclós se formó en la Escuela de Artes y Oficios y en la Escuela Superior de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría donde obtiene la Beca Paisaje con destino a Granada. Posteriormente se formará en diversas localidades españolas y europeas,
En 1964 consigue el Primer Premio de Grabado de la Exposición de la Dirección General de Bellas Artes de Sevilla. Dos años antes ya había realizado su primera exposición individual. Fundó la galería de arte La Pasarela junto con otros artistas, entre ellos la propia Laffón, y un centro de enseñanza llamado El Taller. Ha sido profesora en diversos institutos como el Martínez Montañés, de Nervión. Barrio donde nació, en la llamada Casa Duclós, la primera obra racionalista de José Luis Sert que se la regaló a su prima, madre de la pintora.
En la entrevista de Santiago Belausteguigoitia para El País en 2011, desvela las fuentes de su inspiración y algunas claves de su oficio:
“Todos los paisajes que he pintado son en La Laguna. […] Es una finca que tenemos entre Gibraleón y Cartaya, en San Bartolomé de la Torre, en la provincia de Huelva.
Pinto lo que me gusta, lo que me llega. Me emociono y siento que tengo que pintar esos paisajes para tenerlos yo. Puede que inconscientemente repita los lugares en los que fui feliz. Vemos así que el tiempo llega a desaparecer en estos cuadros»
«Me interesa el paisaje. No me he planteado poner personas en estos paisajes»
El frescor del verde de sus paisajes, la serena quietud y una rica luminosidad vertebran sus obras, próximas al realismo lírico.
La figura de Carmen Laffón quizá sea más conocida dado que su nombre suele aparecer con frecuencia en los medios de comunicación. Con una trayectoria jalonada de premios y reconocimientos, ha llegado a ser retratista del Rey Juan Carlos I.
Tuvo como maestro a Manuel González Santos. En su viaje de fin de curso a París en 1954 queda impresionada por la obra de Chagall y es gran admiradora de Mark Rothko.
El paisaje es fundamental en su obra y su inspiración radica en La Jara, ese milagro de la naturaleza donde el Guadalquivir sucumbe al mar, frente a Doñana.
Como ella misma expresa:
«El Guadalquivir es el río de Sevilla, mi ciudad de nacimiento, que me lleva a Sanlúcar de Barrameda, mi otra ciudad, donde comencé a pintar y a soñar».
La luz en su pintura y la forja en sus esculturas alcanzan altísimas cotas de principalía. A mí me fascina su Parra en Otoño que corona la entrada al Palacio de San Telmo.
En Sevilla contamos con una obra de Artemisia Gentileschi (1593-1654) y otra de Sofonisba Anguisola (1535-1325). Con este excepcional fondo, puede que sea la única ciudad española – sin contar el Prado – que reúna cuadros de ambas, consideradas de las mejores pintoras de las pocas que ha habido en la Historia del Arte.
Ellas, no cabe duda, dan para un artículo monográfico dedicado a cada una. La primera es magnífica representante del “Caravaggismo” y la segunda fue discípula de Miguel Ángel, quién alabó su ingenio.
Pero mejor os invitamos a acudir y contemplar in situ “La Magdalena” de Artemisia Gentileschi situada en la Sala del Tesoro de la Catedral de Sevilla y el “Retrato de Sebastián I de Portugal” de Sofonisba Anguisola ubicado en la Antecapilla del Palacio de las Dueñas. ¡Disfruten!