Fermín Cabanillas. “La obra de Valeriano es muy valiosa como recopilador de tradiciones y costumbres de distintos lugares”. Pilar Alcalá, la presidenta de la asociación Con los Bécquer en Sevilla, tiene claro que estar a la sombra de un genio como su hermano Gustavo Adolfo tapó algo de la importante de Valeriano, pero su legado es innegable.
De hecho, “estuvo becado por el Gobierno para esta tarea -reunir costumbres en pinturas- y tenía entregar dos cuadros al año”. En 1865, “un buen año para los Bécquer, Alcalá Galiano, ministro de Fomento, concede a Valeriano una pensión de 2.500 pesetas anuales para que estudie y pinte las costumbres españolas”. Valeriano deberá entregar dos cuadros cada año al estado. Para cumplir con esta misión viajará por tierras de Castilla, Aragón y el norte de España. Su trabajo ha quedado para la historia.
Aniversario
Este 23 de septiembre se cumplen 150 años de su muerte. Como recuerda Pilar Alcalá en un artículo que publica hoy en la revista Proverso, era uno de los siete hermanos de Gustavo Adolfo Bécquer, “el hermano más especial, el que fue amigo, compañero, colega, el que lo fue todo para él”.
Valeriano nació en Sevilla el 15 de diciembre de 1833. “Su infancia debió ser triste, ya que se quedó huérfano, primero de padre y después de madre, siendo pequeño y los ocho hermanos fueron acogidos por familiares. Valeriano y Gustavo siempre estuvieron juntos y por ello la orfandad debió ser menos dura. Juntos dibujaban y escribían en el Libro de Cuentas de su padre, José Bécquer, esos son los primeros testimonios que poseemos de la creación de ambos”.
Los primeros pasos en su formación artística los dio junto a su padre en los primeros años sevillanos. “De él aprendió el estilo del costumbrismo romántico, que sería la temática común de su obra posterior”. El colofón a su etapa sevillana, es el retrato, digno del flamenco Van Dyck según algunos críticos, que hizo a su hermano Gustavo Adolfo en 1862 y que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Sevilla desde 1995.
Todo un icono
Es la imagen más popularizada, el icono del poeta de las rimas. Según el profesor Enrique Valdivieso “ha de considerarse como una de las obras capitales de la pintura romántica española y puede compararse con toda dignidad con los mejores retratos realizados en su época europea”.
La obra de Valeriano Bécquer estuvo influida por su admiración de la pintura española, en particular, por la obra de Murillo, Velázquez y Alenza, y es muy rica en lo referente a la representación de tipos, trajes y costumbres de los pueblos españoles en escenas de sabia composición y rico colorido.
Además, Valeriano desarrolló una importante labor relacionada con el grabado en madera, en el que fue iniciado por Bernardo Rico. En Sevilla los hermanos se aficionaron mucho a la ópera que estaba muy de moda a mediados del XIX. En el taller de pintura de Cabral Bejarano seguirá sus estudios de pintura, hace copias de obras de Murillo; después estudiará con su tío Joaquín Domínguez Bécquer que tenía su taller en el Alcázar de Sevilla. Será durante un veraneo con él en la costa gaditana, cuando Valeriano conozca a la que sería su mujer años más tarde: Winnefred Coghan.
Vuelta a Sevilla
Los hermanos Bécquer vivieron juntos en la calle Mendoza Ríos de Sevilla y en esa casa se despidieron cuando Gustavo decidió marcharse a Madrid en el otoño de 1854. “Ese año nos dejaron otro testimonio de su arte, el Álbum de los contrastes o de la revolución, una colección de dibujos de pequeño formato que Gustavo regaló a Julia Cabrera, la que era entonces su novia”.
En noviembre de 1855 Valeriano se marcha a Madrid y vive con Gustavo en una pensión de la Plaza de Santo Domingo; al año siguiente regresa a Sevilla, trabaja como retratista y convive con Winnefred Coghan. Dice Francisco Pompey, su biógrafo: “Valeriano se enamoró de una joven, bella, rubia y de ojos azules, tipo de virgen en tabla primitiva y de novela romántica a lo Alfredo de Musset. Fue la hija de un marino irlandés, David Coghan, con residencia en el Puerto de Santa María. Valeriano pidió la mano de la bella joven Winnefred, a lo que el padre, con su carácter práctico y difícil para comprender a un artista y sin fortuna, se negó rotundamente”.
Muerto el padre, Valeriano y Winnefred se casaron, instalándose en el 42 de la vieja calle de Boticas. Allí nacieron sus dos hijos: Alfredo en 1858 y Julia en 1860”. Esa calle es la actual Palacios Malaver, en Sevilla.
Aunque su labor fue muy prolífica, muchos de los cuadros de Valeriano se perdieran. Una parte de su obra se encuentra en Estados Unidos. Valeriano fue uno de los grandes pintores del momento pero quizá nunca fue lo suficientemente valorado, tal vez porque vivió a la sombra de Gustavo. “Y la verdad es que ninguno de los hermanos habría sido lo que fue sin haber tenido la compañía del otro”.
La obra perdida
Tras su muerte de Valeriano, Gustavo trató de conservar su obra, pero como él murió tres meses después, lo que sucedió es que las carteras de dibujo de Valeriano se dispersaron y los dibujos se vendieron en lotes que en los años siguientes utilizaron las revistas ilustradas. “Porque si bien los amigos de Gustavo, tras su muerte decidieron publicar la obra de ambos hermanos para ayudar a las viudas y los huérfanos, lo cierto es que sólo se publicaron las obras de Gustavo, aunque la viuda y los hijos de Valeriano sí recibieron su parte de los beneficios”.
El trabajo de Valeriano se consideraba como el de un verdadero expedicionario que fue recogiendo apuntes por doquier “y que nos ha dejado un legado etnográfico de valor incalculable. Pensemos que realizó más de mil dibujos”.
En estas palabras de Gustavo queda plasmado el carácter inseparable de los dos hermanos: “Él dibujaba mis versos y yo le versificaba sus cuadros”. Juntos vivieron y murieron con tres meses de diferencia. Juntos volvieron a Sevilla en abril de 1913. “Y lo más hermoso es que están juntos para la eternidad en el Panteón de Sevillanos Ilustres, juntos”.