Virginia López. Veo anunciada la exposición Vampiros en CaixaForum y se me viene enseguida a la cabeza el fotograma de El Conde Drácula, con Soledad Miranda y Christopher Lee. La actriz sevillana y el epítome del género de terror.
Y se me vienen también al recuerdo artistas sevillanos que engrandecieron su mito al dejarnos jóvenes, al pasar a otra vida quedando la huella dejada como fuente de inspiración. La buena noticia solo puede
Lee dejó su estancia terrenal como un venerable anciano de 93 años, pero ella, Soledad, con tan solo 27 años en un accidente de automóvil.
La edad y el leitmotiv con que mueren los músicos.
Esa cifra de años, 27, empieza a rebosar de coincidentes. Acaba de cumplirse el 45º aniversario de la muerte de la gran Cecilia – que dedicó una desconocida canción a Sevilla – a la que le faltaron poco más de dos meses para los 27 + 1. Y un día después, de tres años antes, se nos fue otro grande aunque con 28 años, Nino Bravo. Me contó una salesiana que el apodo venía de cuando cantó ante un sacerdote que aplaudió a rabiar ante su actuación con un ¡Bravo nino! por no pronunciar “niño”, aunque el sonido eñe existe en el dígrafo italiano “gn” y en la biografía cuentan otra cosa. Eso sí, antiguo alumno salesiano, era.
La muerte de Álex Casademunt, miembro debutante del televisivo Operación Triunfo, ha vuelto a desempolvar de la hemeroteca los puntos negros de la geografía nacional donde se estrellaron nuestros ídolos de la música. Se supone que a medida que transcurrían las décadas del milenio, esto es, a medida que mejoraban nuestras maltrechas carreteras, los artistas no sufrían tantos accidentes de coche – hace poco me enteré que la voz rockera de Bruno Lomas se había apagado cuando por otro accidente de coche en 1990 – pero ese riesgo es gaje del oficio con tantas giras, o bolos como lo llaman ahora. Y es que por mucha lista de Spotify, la piratería abocó a los artistas al carretera y manta (o top manta como llamó el flaco de Úbeda a su gira). Gracias a lo cual yo me reencontré con mi Mikel Erentxun.
Y también este año, el décimo aniversario de la inmensa Amy Winehouse volvió a relucir el tema de los 27. En mi caso, mitómana como soy, cada 23 de julio recuerdo al grandísimo actor Montgomery Clift y ya es casualidad que ese día murieran Amy y Carmina la Divina. Ya está, lo tuve que soltar. Me dedico a difundir la historia y el patrimonio de Sevilla pero leo el ¡Hola! desde los seis años, así que me van las frivolidades y tenía que sacar a relucir a mi actor preferido sobre el que tengo un blog. Gracias al medio donde escribo, por permitirme tales libertades.
Vamos a conocer las fugaces y brillantes, al mismo tiempo, vidas de seis artistas sevillanos de nacimiento, algunos muy conocidos, otros no tanto y que, en su mayoría, no son tenidos por paisanos.
La estatua de Manolo Caracol, alamedeño de nacimiento y de cante, no puede estar mejor situada, al lado de la calle Lumbreras en cuyo Corral de Frailes nació en 1909 y en el de Chícharos, hoy Apartahotel Patio de la Cartuja, creció. Provenía de una antigua familia de artistas emparentados con toreros, tomando el apodo de su padre. Debuta a los doce años al ganar el primer Certamen de Cante Jondo que organizan en Granada, Falla y Lorca.
Está considerado uno de los mejores cantaores del siglo XX con sus fandangos y zambras e innovando al hacerse acompañar por piano y orquestas. Formó mítica pareja con Lola Flores – a quien conoció en Sevilla en 1944 –, luego con su hija Luisa Ortega, de gran valía pero eclipsada en su carrera. Fue propietario del emblemático tablao Los Canasteros desde 1963 donde expidió pasaporte a la fama a los nuevos valores de entonces. A la pregunta por su muerte respondió con un “¡Ojú, qué lío! El 24 de febrero de 1973 perdió la vida en el madrileño Puente de los Franceses.
Quique Paredes nació en Sevilla en 1955 y al morir el 17 de julio de 2017 no lo hizo ni joven ni en activo, al revés, arrastrando una sufrida vida – tuvo un grave accidente de vida en 1993 que le dejó afectado el brazo derecho y le obligó a abandonar su carrera – y muriendo en una rutinaria operación. Solo los muy expertos y grandes aficionados recuerdan su toque a la guitarra y los discos que grabó. Merece un recuerdo por parte de la ciudad en forma de calle o placa.
El llamado rock andaluz de los 70 gana adeptos entre las nuevas generaciones que admiran incondicionalmente al gran Jesús de la Rosa. Enterrado en Villaviciosa de Odón desde su fatídico accidente de coche –no murió en el acto– el 14 de octubre de 1983, muchos anhelan traerle de vuelta a Sevilla donde nació en 1948. En su casa natal de la calle Feria se colocó una placa en 2018 y se celebró un concierto en la Alameda con la asistencia de Eduardo Rodríguez Rodway, único Hijo del Agobio que queda vivo. Su desaparición supuso la del grupo Triana, donde empezaron, por cierto, Lole y Manuel. La película Todo es de color, sirvió para mostrar sus inicios a los nuevos seguidores.
Una original fusión rock-flamenca y la sensibilidad poética de las letras y la voz de Jesús de la Rosa, les llevó finalmente al número 1 con Tu frialdad.
La edad de oro del pop español no se entiende sin el nutrido grupo de conjuntos, como se decía entonces, que proliferaron en los 60. La gran mayoría de muy efímera existencia y con un baile de integrantes. Por ejemplo en el sevillano trío Los Payos, aparte del humorista Josele, estuvo Eduardo Rodríguez Rodway y Pibe, de la banda Alameda. Jesús de la Rosa fue aspirante al grupo Los Bravos donde hubiera coincidido con su paisano, el malogrado Manolo Fernández.
El teclista nace en 1942, hijo de un catedrático de Historia. Culto, educado, sensible. Su trágica desaparición precipitó la disolución del grupo. Todo ocurrió tan deprisa. Se quitó la vida el 20 de mayo de 1968. No pudo superar el dolor y la culpabilidad de perder a su mujer, Lotty Rey, embarazada. Fue en un accidente de coche el 29 de abril, un mes después de su boda.
Fue nuestro grupo más internacional, con su famoso Black is Black. El primero en colarse en el Billboard británico y estadounidense. Y sí, el Bring a littlelovin’que escuchaste en el tráiler de Upon a Time in Hollywood, cortesía de la amplia cultura musical de Tarantino. Pero no fue el único grupo español de entonces en cantar en inglés, además tenían al alemán Mike Kennedy. Para mi gusto son muy superiores Los Íberos, provenientes de Torremolinos y más cercanos al movimiento beat. Escuchen su preciosa Summertimegirl.
Nació en primavera, como anuncia su nombre, pero vivió un largo y duro invierno la mayor parte de su vida. Desde el 4 de diciembre de 2019 pudo descansar en paz la actriz Azucena Hernández, nacida el 21 de marzo de 1960 y cuya carrera se vio truncada trágicamente al quedar tetrapléjica con el accidente de coche que tuvo del 15 al 16 de octubre de 1986.
Fue Miss Cataluña y empezó en el cine S, luego rodó con los incombustibles Pajares, Esteso y Ozores. Justo al final logró hacerse un hueco en el cine de prestigio como La estanquera de Vallecas – os recomiendo el libro Lejos de aquí, sobre Eloy de la Iglesia, de Eduardo Fuembuena –. Llegó a actuar incluso en el teatro clásico. La moralina de TVE se zafó de ella, no con tanta saña como con la infortunada Sonia Martínez. Fue la primera persona en solicitar la eutanasia y en los últimos años estaba en armonía con ella misma.
Y por último, el terrible accidente que sufrió la malagueña María Barrús Martínez, la cantaora Niña de Antequera, el 28 de agosto de 1972 en Sevilla. Conduciendo desde su casa de la calle Feria, a la altura de la Resolana su coche fue arrollado por un camión cargado de ladrillos.
El recuerdo, cariño y admiración a todos ellos permanecen imborrables entre sus fieles seguidores, de ayer y siempre.
1 comentario en «Vidas truncadas demasiado pronto, mitos sevillanos de la música y la escena»
Hablando de Los Bravos, en aquella época Mike Kennedy estaba convencido de que padecía una grave enfermedad cardíaca que iba a acabar con él en cualquier momento, y aquí lo tenemos tan campante