Mamen Muñoz. “Yo fui niño pop. Tuve el pelo tan largo como el tuyo. Fui camarero y trabajé en Inglaterra. Tuve barba y vi a los Beatles en directo, ¡en la Isla de White, ahí estaba yo en el ‘69!”. Con estas declaraciones no es de extrañar que sus clases de Arte pop en la Facultad de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla fueran extraordinarias. Las impartió durante cuarenta años. A día de hoy, en su segundo curso jubilado (a la fuerza), no se sabe quién las añora más, si sus alumnos o él mismo, pero sí nos consta que él, Enrique Valdivieso, Catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, el mayor experto a nivel universal en Bartolomé Esteban Murillo de todos los tiempos, las echa muchísimo de menos, y cada día a las doce del mediodía aún no puede soportar su ausencia. Pero lo cierto es que, aun con el enfado que le produce su cese como docente, no para de producir. Cuando aún no ha finalizado el Año Murillo, ya prepara un Catálogo de la que va a ser la siguiente efeméride del arte sevillano: Valdés Leal, en 2022, en el centenario de su nacimiento. De este artista ya hizo él mismo la primera edición de éste en 1988: “Pero este nuevo volumen incluye sesenta nuevas obras del pintor que han aparecido en estos cuarenta años, y también incluye modificaciones, porque en estos años se han dado muchos nuevos matices…”
Pero vayamos por partes, que el Año Murillo en Sevilla aún no ha acabado (aunque debiera de haberlo hecho, ya que Murillo nació el último día de 1617, y estamos celebrando su 400 aniversario en 2018 y lo seguiremos haciendo hasta bien entrado 2019, pues la exposición que se inaugura hoy 29 de noviembre en el Museo Bellas Artes, Murillo. IV Centenario, podrá visitarse hasta marzo de este próximo año).
Y antes de que acabe, vamos a disfrutar del privilegio de conversar sobre el protagonista de esta conmemoración con el autor del Catalogo razonado de pintura (2008), considerada la publicación más completa sobre la obra del pintor sevillano, que supone una revisión y una actualización del Catálogo de Angulo, de 1980.
“Yo lo que hago es que treinta años después de la muerte de este autor, de quien soy discípulo, incorporo el estudio de muchos murillos nuevos que han aparecido más recientemente, y también añado una revisión profundizando en algunos aspectos interpretativos, a través de los que he dado respuesta a su significado, descifrando muchos cuadros de Murillo”, explica con la pasión de alguien que ha dedicado su vida a transmitir su conocimiento, señalándolos con la mirada: “Siempre los coloco uno al lado del otro”. Y ambas publicaciones (tres tomos en total) podemos descubrirlas, efectivamente, reposando juntas, en un estante de su biblioteca, lugar donde realizamos esta entrevista, a pocos metros de la Giralda, en pleno barrio de Santa Cruz, en el ambiente tenue de una biblioteca que atesora una ingente colección de libros sobre pintura y grandes maestros del género, principalmente, y que conserva el aire histórico que le confiere haber sido en siglos pasados la propia biblioteca de la familia de don Santiago Montoto.
Murillo y el lado positivo de la vida. Nos atrevemos a comentar con Valdivieso una faceta que, salvando las distancias, tendría en común el pintor sevillano más universal de su época con este medio, Sevilla Buenas Noticias: Reflejar el lado positivo de la ciudad de Sevilla. “En efecto, Murillo es un perfecto intérprete de la sociedad que le tocó vivir, supo como nadie producir alivio, consuelo, afecto, en una época dura y difícil. Bartolomé Esteban Murillo reflejaba lo positivo de la ciudad en un momento histórico en el que lo positivo era muy poco. Se encarga de expulsar de sus pinturas todo aquello que puede ser amargo, duro, dramático, trágico, y de meter lo amable, lo comprensivo, lo dulce… algo que le llevó incluso a lo que tanto le han achacado de ser un pintor para viejecitas que rezan rosarios en oscuras iglesias”, explica Valdivieso, al tiempo que añade: “Murillo fue un pintor que desdramatizó la vida religiosa. Antes que él, quien había presidido la pintura sevillana era Zurbarán, y tú coges su catálogo y no ves nunca nadie que sonría, debido a las normas de costumbres que hasta esa época estaban rigurosamente controladas por la iglesia. Pero llega la época de Murillo y se encuentra una ciudad arruinada y que había caído en desgracia después de la peste. Eran momentos de desesperanza, entonces la iglesia no podía seguir apretando de la manera rigurosa, fomentando la oración y el arrepentimiento de los pecados, el miedo al infierno… lo que hizo fue abrir un poco la mano, para que el cielo aparentase ser más comprensivo con la tierra, y que los personajes del cielo mandasen mensajes de alivio, de consuelo, y ahí está Murillo”.
Aunque advierte: “Murillo no es el que inventa eso, es el mundo social y económico, que en una circunstancia determinada hace que quieran comunicarse mejor, transmitir que el cielo nos acogerá, que aunque la vida es un valle de lágrimas, seremos recompensados con la gloria celestial, donde veremos para siempre a Dios… todo eso consolaba y ayudaba… a mostrar unas vírgenes amables, unos niños cariñosos, unos santos que abrazan a los personajes de la tierra, se alivian, y no son tan tensos ni tan duros como los que utilizaba Zurbarán. Desaparece la contundencia tanto en el dibujo como en el colorido. Todo se ablanda, se aligera, se vaporiza, se hace más etéreo”.
Marcó fuertemente una nueva tendencia pictórica en la ciudad. “Murillo dibujó una estética de carácter pictórico que prendió fuertemente en el espíritu de los sevillanos, de tal manera que cuando Murillo muere deja varios discípulos y la clientela sevillana seguía pidiéndoles que pintasen todo a la manera del maestro. Es como cuando algo se pone de moda, y la moda dura años y años, porque la gente quiere mantener algo que le gusta y que lo siente”. La escuela de Murillo es el volumen que el catedrático ha presentado en 2018 sobre todos los artistas que fueron detrás de Murillo,“ha sido una de las aportaciones que he hecho al Año Murillo”, aclara.
Pero no han quedado ahí sus aportaciones, ya que, además, ha participado en la comisión que ha programado el Año Murillo, efeméride cultural que ha sido comisariada por alumnos suyos. Y también ha diseñado los Itinerarios del Año Murillo. “Son esos lugares para donde pintó Murillo, además de otros lugares elegidos. Hemos buscado palacios distinguidos, lugares atractivos, para colocar las distintas grandes especialidades: retratos, paisajes, pinturas religiosas, inmaculadas… Y luego, en los lugares donde pintó, como en casi todos no existen las pinturas de Murillo porque las robaron los franceses, se han colocado o bien reproducciones o copias, como en Santa María la Blanca. Las reproducciones son baratas, las copias han sido carísimas y hemos tardado año y medio en hacerlas”, matiza Valdivieso.
“De lo que más orgulloso estoy de este proceso ha sido de la colocación de dos magníficas copias de Murillo en la Iglesia de Santa María la Blanca, La Inmaculada y La eucaristía, los dos laterales, con una campaña económica que propicié, que da la impresión de que están allí dos auténticos Murillo, y que han devuelto a la Iglesia su primitivo sentido y su interpretación adecuada”. Puede considerarse uno de los legados que el Año Murillo dejará en la ciudad una vez concluya. “Sin duda, porque las obras que vienen para las exposiciones, podremos contemplarlas pero después se volverán a ir, mientras que esto que hemos hecho para la ciudad se queda aquí. No es por vanidad, pero siempre que paso por Santa María la Blanca y está abierta, entro y contemplo los dos cuadros en su sitio, y me doy pellizcos de satisfacción por que ese empeño mío haya tenido ese magnífico resultado, que quedará ahí para siempre. Hasta el fin del mundo.”
La Iglesia de Santa María la Blanca conserva un Murillo original, La Santa Cena. Un cuadro que ha sobrevivido las visicitudes de la historia “vinieron los franceses y no lo robaron, y con anterioridad la Iglesia lo había puesto en venta y no lo compraron…”, explica, y amplía: “Pero hoy día, con los cuatro fantásticos murillescos (entre las copias antiguas y las dos reproducciones), con las velas encendidas, tú entras allí, y a nada que tengas un poco de fe, te crees que estás entrando al cielo”.
La estela que deja el Año Murillo en la ciudad. “Ha removido un gusto que estaba estancado, ha servido para que una pequeña parte de los ciudadanos hayan evocado el arte de este gran artista: repasando sus obras, viendo libros, viendo esos documentales que hemos hecho, Murillo. El último viaje y otro dirigido a niños escolares”. Ha servido para recrear el espíritu, un tanto adormecido, de uno de los mayores artistas que ha nacido en esta ciudad, por no decir Velázquez. Que el mejor pudo haber sido, quizás, Velázquez, pero éste cuando se fue en 1623, con 24 años, todavía no era Velázquez y el gran Velázquez se hizo en Madrid por lo que ya no pertenece por completo a la historia de la pintura sevillana. Pero Murillo sí, pertenece al cien por cien a la historia de la pintura de la ciudad”.
“Lo importante es saber que una ciudad ha sabido evocar uno de sus principales personajes y la ha sabido transmitirlo hacia el resto de España y hacia el resto de Europa. Aunque no ha tenido el éxito arrollador del año del Greco en Toledo, pero hemos conseguido otras cosas, como que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid prestase tres cuadros. Cuadros que son, por cierto, robados a Sevilla por los franceses, pero que no fueron a Paris sino que se quedaron en Madrid, y en vez de volver a Sevilla se quedaron en la Academia de San Fernando. Hay uno concretamente que pide de vuelta la Hermandad del Museo, que era de la capilla de la hermandad, que lo robaron los franceses, y lo reclaman como suyo, reclaman que vuelva a la ciudad para la que fue pintado, pero la academia no lo suelta. Se trata de La Resurrección. Es uno de los tres cuadros que están durante el Año Murillo en el Archivo de Indias, que proceden de La Academia, que los han puesto en este lugar precisamente porque es un edificio estatal, para dar garantía a la academia de que no van a ir las tropas sevillanas a arrebatar los cuadros”.
Lo que no nos han robado, lo hemos vendido. “En Sevilla no había demasiada fortuna, y la gente que no tenía mucho dinero, vendía los Murillos. La pena es que los franceses se llevaron 150 cuadros. En total, de Murillo no quedan en la actualidad más que 300 cuadros, y debió de pintar 1500 como mínimo. Pero se han perdido muchísimos, por destrucciones, robos, saqueos, abandonos”. Y desglosa: con posterioridad a los franceses, en los siglos XVIII y XIX venían cantidad de comerciantes de arte y anticuarios a comprar Murillos donde los hubiese. También estuvo durante cinco años aquí viviendo la corte de Felipe V y doña Isabel de Farnesio, quien compró doce de sus cuadros. Se los llevó a Aranjuez y casi todos están en el Museo del Prado. Algunos de estos cuadros tendremos la oportunidad de volver a tenerlos de forma efímera en la ciudad desde esta semana en la exposición del Museo de Bellas Artes, Murillo. IV Centenario.
Aplicación Murillo. Materialismo, charitas y populismo. Bajo este título se inaugura la próxima semana una exposición sobre Murillo en el Espacio Santa Clara. “He prestado muchas cosas para esta exposición, la hace Luis Martínez Montiel, que fue discípulo mío también”. “En latas de melocotón en almíbar, cajas de chocolatinas, estampas de primera comunión, recordatorios de todo tipo, en sellos de correo, en cosas como ésta”, explica mientras muestra una caja de lata de dulce de membrillo con una ilustración de Murillo en su tapa, y añade Valdivieso “tuvo la mala suerte Murillo de que todo ese recargamiento imaginativo devoto le ha perjudicado, porque estas reproducciones están muy mal hechas. Es como los calendarios que había con la imagen de Murillo que eran una foto de una foto de otra foto… y han creado un estragamiento visual sobre la obra de Murillo que cierta progresía ha conseguido condenar”.
Al igual que un músico nunca se retira del todo, alguien como Valdivieso, que vive con pasión sus prolijas investigaciones artísticas, no se jubilará por completo fácilmente. Concretamente, además, este 30 de noviembre imparte la Conferencia Murillo, pintor de la vida popular, viernes a las 20:30 horas, en la Hermandad de la Hiniesta (en el Barrio de San Julián), de acceso libre hasta completar aforo. “Trabajar, decía Rodin, Trabajar es vivir sin morir. No sólo no paro, sino que tengo muchas más ganas de trabajar que antes”, concluye.